Capítulo 19

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—Portaos bien y no regreséis muy tarde. Y no despertéis a los niños cuando lleguéis —nos advierte Ángela—. Supongo que los conductores no van a beber, ¿verdad?

—Mamá, por favor —gruñe Val con la cara enrojecida—. Ya somos todos adultos.

—Tranquila, Ángela, está todo controlado —dice Leire—. Isaac y Nadia son nuestros conductores, así que...

—Y los demás nos portaremos bien —interviene Jax—. No te preocupes por nosotros.

Jax le da un beso en la mejilla y la sonrisa de satisfacción de la mujer me conmueve. Lo quiere como a su propio hijo. Ángela tiene un corazón enorme.

Esta tarde hemos tenido mucho jaleo. Cuando hemos llegado al local social el hermano mediano de Pep, su mujer y sus dos hijos ya habían llegado. Los adultos dormirán en su caravana, sin embargo, los dos niños, que tienen nueve y once años, se han instalado en la tienda vacía.

Después de las presentaciones y una necesaria ducha, pusimos en marcha nuestro plan de belleza. María y Val, que se apuntó enseguida al plan, pintaron las uñas de todos los que quisieron. Seguí con el color negro, como María, y ahora mis pies también llevan esmalte oscuro. Bruno también se apuntó a la moda vampírica, así que hoy los tres parecemos del mismo clan.

Leire, Jax e Isaac pulularon alrededor de nuestro salón de belleza improvisado, haciendo bromas y riéndose de nuestro esmero. La verdad es que nos lo hemos pasado muy bien.

Con María estuvimos bromeando un poco con la moda gótica-vampírica que ella sigue a raja tabla, pero ni este cachondeo ha conseguido despejar una leve —y también ridícula— preocupación: si existen los fantasmas, ¿también existen los vampiros? Si esta noche María saca sus colmillos... Creo que de verdad voy a enloquecer.

Desde que Jax llegó a Rocacanalda al mediodía, le he estado evitando con bastante éxito. Él no me ha acorralado de nuevo y se ha comportado normal, aunque para mi gusto ha intentado mantener demasiada comunicación conmigo. He logrado disimular nuestra tensión y delante de los demás le sigo la corriente. Pero sé que no he conseguido convencer a todo el mundo. Las miradas de Elsa me dicen que tiene una conversación pendiente conmigo.

Después de pintar nuestras garras, hemos sorteado quienes serían los conductores. Elsa y yo estábamos fuera porque somos las únicas que no tenemos el carné de conducir. Les ha tocado a Isaac y a Nadia; los dos han refunfuñado. Isaac cogerá su coche y Nadia llevará de vuelta el de Leire.

El alboroto ha continuado en las tiendas. Val ha sacado medio armario de su habitación y lo ha bajado a nuestra tienda, que se ha convertido en el vestidor oficial. La ropa de todas ha quedado desparramada entre nuestros colchones, incluso Leire al final ha jugado a las tiendas y se ha puesto un vestido negro de tubo de María.

Elsa ha insistido hasta la saciedad para que me pusiera su camiseta negra con encaje semitransparente en la espalda. No contemplé necesitar ropa de fiesta para ir a unas excavaciones en medio de la nada rural, así que no tengo nada que satisfaga el glamour que ella requiere. Me he puesto su camiseta porque me gusta, sin embargo, no he sucumbido a su exigencia de la mini falda. Mis vaqueros dan el pego.

Son casi las diez de la noche cuando nos dirigimos hacia los coches. Nosotras tres, acostumbradas ir con Bruno y Leire, nos dirigimos a su Fiat Punto gris.

—Oye, Bruno —oigo que dice Jax—. Tío, hazme un favor. Déjame tu sitio en el coche de Leire. Me volveré loco si tengo que aguantar un viaje con Isaac.

—Vale, pero me debes una.

Hago un par de respiraciones profundas para calmar mi pulso. No pasa nada. Estaremos todos, puedo seguir disimulando.

Huesos milenarios [COMPLETA]Where stories live. Discover now