Argucias

585 52 3
                                    

El corazón de una Cullen

Capítulo XIII

Argucias

La caminata se me antojó eterna. Aunque íbamos directo a la hoguera, Alexander parecía recio a no apartarse de mi lado, pues su seguridad y porte demostraron aquella serenidad que a mí me hacía falta para lo que estaba por suceder.

Pese a que no fue necesario, me alegró ver cómo Bella –con todo su esfuerzo- comenzó a expandir aún más su escudo para cubrir el lado que yo había dejado desprotegido. La miré de manera fugaz para agradecerle, algo a lo que ella contestó con un movimiento de cabeza.

Ante la mirada expectante de todos ahí, incluso de Cayo que menos indiferente me veía, llegué hasta con Aro quien de momento olvidó a mi hermano postrado a un lado mío.

-Pero qué grata sorpresa, querida mía –sus palabras me sonaron repugnantes-. Debo admitir que por poco no te reconocía. Han sido tantos años que toda tú pareces una nueva revelación.

Dijo, moviendo sus manos teatralmente tras barrerme con la mirada. Luego, apuntó sin recato a mis ojos azules tras soltar una risilla cómplice.

Al ver que no le decía nada, se concentró en mi acompañante.

-Veo que no has perdido el tiempo –soltó tras dirigirle una mirada a Alexander, a quien para ese entonces ya había soltado para acercarme más a Aro-. Una lástima, sí, en vista de que Demetri en verdad te extraña.

Con un ademán lo señaló. Temí por un momento que el aludido llegara hacia con nosotros aunque no fue así porque no se lo indicaron –pese a que ganas no le faltaron-, algo que agradecí a sobremanera.

Sin sonreírle, algo que no dejó pasar, Aro volvió a decir un par de cosas más sin sentido en torno a mis ojos, y luego me tendió su mano para exigir la mía.

-No prorroguemos más esto, veo que estás ansiosa...

Su tacto fue peor que tenerlo frente, por lo que hice uso de todas mis fuerzas para no alterarme al tiempo en que éste me tenía prisionera.

No pasaron más que unos segundos cuando la sonrisa se le borró por completo, fruto de no haberme podido leer. Por vez primera en aquel momento me sentí a salvo.

Me miró entre furioso y escéptico, como si no creyera en verdad en mi habilidad para bloquearlo mentalmente.

Estaba un tanto aterrado por aquello y me sorprendió pues era la primera vez que lo sentía así.

-Increíble –susurró soltándome la mano. Después, se obligó a reponer su postura pues ensanchó su expresión en una mueca de falsa felicidad-. ¡Increíble! Y pensar que te tuvimos en casa un par de décadas... Fue tonto de Demetri dejarte ir como así, un verdadero tesoro.

Sus pensamientos se fueron a algo que no me agradaron, por ello, y a sabiendas de que quizá podía detectarlo, cambió el giro y se concentró nuevamente en mi hermano al exigir su mano otra vez.

Ahí entendí que mi participación no era requerida, por lo que con el afán de no alebrestar los ánimos retrocedí un par de pasos; sentí la mano de Alexander en mi espalda, por lo que tras lanzarme una mirada protectora, ambos comenzamos a caminar de regreso a paso tranquilo.

-¿Lo ves? –Escuché que Edward le decía a Aro, luego de que este por fin se cansara de estrujarle hasta el más mínimo secreto.

Por ello y de manera abrupta me paré casi a medio camino entre mi familia y Edward. Alexander lo notó y se tensó dispuesto a actuar de ser necesario. Mi mano en su hombro lo tranquilizó aunque con la mirada le indiqué que no debíamos movernos más.

El corazón de una CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora