Decisiones

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  Gustavo volteó, observando con frialdad a los presentes, las venas negras en el contorno de su ojo derecho palpitaban, dejando una impresión fatídica en los corazones de sus compañeros.

  --¡Meriel! --Gritó Xinia al recuperar un poco su cordura.

La dama pelirroja se forzaba para levantarse, mirando a su señor con dolor, era el momento para demostrar su valía, lamentablemente aún era muy débil y, se culpaba por ello.

  --Volveré, quédense y, no me sigan... --Dijo con un tono grave, siniestro y envuelto de intención de matar.

La silueta de Gustavo desapareció como una sombra en la oscuridad.

  --Alguien debe explicar lo que ha sucedido. --Ktegan observó a Xinia y a Meriel, buscando un significado lógico para lo que acababa de pasar.

La dama pelirroja se levantó con un poco de dificultad, la energía de muerte ya no la oprimía, teniendo la oportunidad de recuperarse. Estaba preocupada por su señor, pero aún más por el pequeño lobo, aunque no era de su mayor agrado, había pasado algún tiempo a su lado y, sabía sobre el vínculo que poseía su señor con su mascota, sabiendo que si pasaba lo peor, ni los mismos Dioses calmarían su corazón.

  --El compañero de mi señor --Observó al alto hombre-- ha sido herido.

  --¿Esa cosa que sostenía en sus brazos?

  --Esa cosa tiene nombre --Frunció el ceño-- y, es Wityer --Respiró profundo, seguido de un tosido. Su mirada fue atrapada por una fuerte explosión de energía de muerte, acompañada de una estela negra--... No quiero pensar lo que pasaría si muere.

∆∆∆
La neblina era tenue, pero se podía vislumbrar levemente los alrededores. Las manchas rojas pintaron las hierbas húmedas, decorando el tétrico paisaje.

  --Debe funcionar. --Se dijo.

Bajó el cuerpo del felino con calma y, con la rapidez de un rayo comenzó a dibujar varios sellos en la suave tierra, con la sangre de las bestias como tinta. Su respiración se aceleraba con cada marca dejada, temblando por el nerviosismo de equivocarse. Los cinco sellos enjaularon al pequeño lobo, liberando de cada símbolo distintas energías y, enviándoselas a su cuerpo con una intención benigna.

  --¡Maldita sea! --Gritó con furia, azotando su puño en la suave tierra.

Los sellos no habían funcionado y ahora estaba peor que antes, con la incógnita de no saber que era lo que le pasaba a su amigo y no poder ayudarle.

  --Soy un inútil, no me preparé como debí hacerlo --Exhaló--, ahora Wityer está pagando las consecuencias de mi incompetencia.

Aunque había recuperado la mayor parte de su cordura, las marcas de la muerte aún estaban haciendo estragos en su cuerpo, denotando aún más el ojo negro, con las manchas oscurecidas sobre su piel, por debajo de su cuello, cerca de su brazo derecho, que no eran visibles para terceros por aquella hermosa armadura color ébano.

  --Debe haber una manera.

Miró el cielo, buscando la respuesta indicada, estaba desesperado, más de lo que alguna vez había estado. Apreciaba al pequeño amigo peludo más de lo imaginable, no solo por el extraño vínculo que los unía, era más que nada por el compañerismo y tiempo que habían pasado juntos, había sido la única distracción de la verdadera soledad, lo único que lo había unido al nuevo mundo, el amigo que había perdido, el familiar que ya no estaba, lo era todo y, no estaba dispuesto a verlo morir.

  --Mi sangre, sí, mi sangre --Sonrió, pero tan pronto como apareció esa mueca de eureka, su semblante se endureció--. No, debe haber otra manera, estoy contaminado, maldito, no me perdonaría si el también sufre lo que yo.  --Quiso gritar con todas sus fuerzas, quería liberarse de la maldita energía de muerte, pero no pudo, ya era parte de él, le pertenecía y, él a ella, talvez algún día lograría deshacerse de la misma, pero por el momento era imposible.

Bajó la mirada, ligeramente abatido y sin esperanza, pero fue en ese justo momento en que observó que el pequeño lobo se retorció, no había durado ni un segundo, pero ese espasmo le confirmaba algo, seguía vivo y, mientras fuera así, buscaría la manera de salvarlo. Volvió a tomar su cuerpo y, como polvo en el viento volvió a desaparecer.

∆∆∆
Entre la ligera neblina que comenzaba nuevamente a apropiarse de los alrededores, un grupo de tres se mantenían de pie, estáticos, observando hacia frente con miradas complicadas.

  --Debemos avanzar --Dijo repentinamente--, este no es un lugar donde podamos quedarnos sin hacer nada.

  --No --Negó con la cabeza--, mi señor ha dado una orden, no podemos irnos sin su consentimiento. Pidió que esperáramos y, aquí nos quedaremos.

  --Concuerdo con el señor Ktegan, Meriel. Probablemente la explosión asesinó a aquello que atrapó a Gus, pero eso no significa que estemos a salvo. Debemos avanzar, estoy segura que el sabrá cómo encontrarnos.

La pelirroja frunció el ceño, tenía las costumbres de su familia arraigadas en lo profundo de su ser y, por lo mismo le era imposible desobedecer una orden directa de su señor. Aún si debería morir, ella estaba dispuesta, tanto así respetaba su juramento.

  --Me quedaré, si desean continuar, yo no los detendré. --Se paró firme, como un asta.

  --No seas terca, Meriel --Le arrojó una mirada seria, no le importaba si debía dejar inconsciente a su compañera, lo haría sin dudar, pues era preferible a dejarla morir--. Gus pidió que nos quedaramos, pero en ningún momento dijo que era una orden. En el tiempo que llevamos juntos, solo dos veces lo he escuchado ordenarte algo y, en ambas ocasiones dejó claro que eran órdenes. Pero ahora no fue así --Se acercó, mirándola de cerca. Dejando descansar su mano sobre el hombro de su compañera--. Si decide castigarte, aceptaré la culpa, pero no te dejaré sola y, tampoco me quedaré aquí a morir. Así que vayamos, talvez podamos encontrar un lugar seguro donde esperarlo.

La dama observó con duda a la guerrera del escudo, era una mujer demasiado callada, pero cuando hablaba, era directa y, ahora que la escuchó hablar tanto, su corazón se ablandó, su discurso había sido muy persuasivo, pero más que eso, sabía que tenía razón. Asintió, dejando florecer en su rostro una cálida sonrisa.

  --Bien, continuemos.



El hijo de Dios Vol. IIIOnde histórias criam vida. Descubra agora