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Querido Evan:

Tus demonios te fueron

apagando cada vez más.

Esos últimos días

ya no eras el mismo.

Te habías aislado por completo.

Yo estaba asustada

porque te conocía como a nadie

y aunque intentara

siempre me alejabas.

Pero hubo un día

en el que no lo hiciste.

Recuerdo que fui

a tu casa y

te rogué para entrar.

Luego de una hora me abriste la puerta;

estabas arruinado.

Dijiste que no querías verme más,

que me fuera,

que si seguía contigo sólo me harías daño.

Yo te abracé,

haciendo caso omiso a todo,

y tú lloraste.

Esa tarde la pasamos abrazados

tirados en el sofá

y yo creí que ya todo pasaría.

Que todo volvería a la normalidad.

Pero lo que nunca hubiera podido creer

era que ese beso que me diste en tu puerta,

ese largo abrazo

y esa caricia en mi mejilla,

era lo último

que iba a recibir de ti.

Liz.

Querido EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora