2. so what is wrong with another sin?

2.1K 325 144
                                    

Decirle cabaña a aquello era solo un requisito necesario para no sentirse niño rico (aunque en realidad era de Geto, no suya, su amigo sería el niño rico). Más parecida a una mansión en realidad, era una estructura bonita de tres pisos y paredes de cristal transparente que permitían ver el inicio del bosque y las montañas heladas kilómetros atrás.

Gojo venía como si fuse suya – prueba de ello era que en esa ocasión ni siquiera había avisado a su amigo de que estaría ahí o, en todo caso, de que no iba a estar en la ciudad – porque adoraba los ambientes abiertos y frescos que siempre iban acompañados de una buena vista.

Decidir traer a Yue a aquel lugar había sido más decisión de ella que suya. Ella había visto una foto de la cabaña en una de las redes sociales del peliblanco y en las siguientes citas era bastante obvia la manera en que sacaba la conversación a flote, mencionando lo mucho que le gustaría conocerla y disfrutar momentos con él. Al final la había invitado, claro, incluso sacando lo bueno de ello (que prácticamente se reducía a hacer molestar a Geto), pero ahora, parado sobre el balcón, con el frío viento de una tarde/noche oscura, tal vez comenzaba a arrepentirse un poco.

Siempre sucedía. Sus convicciones eran fácilmente flaqueadas por su necesidad de privacidad. Le gustaba ser reservado y casi nunca se sentía realmente cómodo mostrando partes de su vida a otras personas que no fueran sus mejores amigos de secundaria y al hijo emo de Toji, que había resultado ser todo lo contrario a su padre y Satoru lo había casi adoptado como su hermano menor (porque hijos jamás, no eran lo suyo).

Sabía que sus invitados estaban en algún lugar de la casa; ella acomodando sus pertenencias en la habitación para invitados más grande y Yuuji seguramente explorando de aquí allá el lugar, dejando su esencia de luz donde sea que pasara.

Sonrió ante la imagen en su cabeza del pequeño adolescente perdido entre pinturas y decoraciones varias, costosas y poco entendibles de muñequitos que más bien parecían demonios (maldiciones en realidad, así las llamaba su amigo) que Suguru insistía en seguir comprando, aunque a nadie le gustaban.

Tal vez por eso le gustaba tanto el niño. Gojo adoraba la libertad, el sentimiento que invadía su cuerpo cuando caminaba por el bosque sintiendo la tibieza tenue de un sol que no podía ver, rodeado de frescura y olores suaves a vegetación y tierra húmeda. Yuuji le recordaba a todo eso.

Dejó escapar un suspiro, recargando su codo sobre el barandal de madera sequoia y su barbilla sobre su mano.

¡Agh, por qué no había conocido al adolescente en otras circunstancias? Unas, por ejemplo, donde no fuese 12 años mayor que el niño, para empezar.

Porque más que el menor fuese hijo de su actual pareja (lo cual aún seguía pareciendo un mal chiste), Gojo frenaba su actuar con el menor por el aura preciosa y pura que Yuuji irradiaba y que le hacía sentir como un aprovechado (que era).

Debía tomarse un descanso de todo aquello.

Pero claro, él mismo había cavado su tumba, y cuando lo hizo, hasta feliz estaba.

La puerta se abrió en apenas un eco suave, un murmullo de las bisagras que hubiese pasado desapercibido para cualquiera, pero no para Satoru.

Observó al niño parado en la puerta, sonriendo y visiblemente emocionado. Su ropa, siempre demasiado holgada para la contextura del pelirrosa, parecía húmeda.

― ¡Hay un laberinto allá fuera!

Sonrió. Claro, su amigo, en un intento de parecer peligroso y misterioso (cosa que el pelinegro negaba), había colocado en donde se supone que debería ir una alberca, un laberinto hecho de piedra y vegetación que se enredaba en ella como si llevara ahí toda una vida y no los cinco años que habían pasado desde entonces. Suguru era un maldito dramático.

Venus | GoyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora