Apetito

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El muchacho de semblante inexpresivo buscaba con la mirada en el interior de la alacena, leyendo las etiquetas de aquellos productos que su novio compraba cada dos semanas para la despensa. Suspira fuerte, y se alza de puntillas para ver atrás de las mismas. Los colores cálidos le mareaban la cabeza, con unos dibujos tan infantiles que al fin y al cabo encontraba entretenidos. Él solo quería aquel envase lleno de avena para comerlo y-

Bingo.

Sonríe tan débilmente que apenas y se nota, estira el brazo tanto como puede tanteando el terreno para alcanzar el cereal y justo cuando siente tocarlo la puerta principal se abre. Maldice por lo bajo, cerrando la gaveta café y como si supiera de quién se trataba -respirando el aire para atestarse los pulmones de menta y fresas- casi que corre para llegar frente a él.

Un chico alto, de piel morena, hombros y espalda musculosos e ínfimas gotas de sudor que resbalan por su cuello perdiéndose en el interior de su ropa le hace exhalar -toque distinto, claro-. Es fascinación, encanto hacia el joven alto que le sacaba cabeza y media de altura, con esos cabellos tan horribles que pareciesen una rata muerta. Tan alto como un poste -aunque no tanto como cierto ruso-japonés-

Kuro —apenas dice siente grandes manos tocar los costados de su cadera, inclinándose hacia abajo para tomar entre dientes los cerezos del menor. Lo besa. Y le hace sonreír tan bonito que el contrario siente burbujas en su estómago.

—Hey —después de cumplir su cometido, conduce ambas manos hacia los hombros del pequeño omega para masajearlos y pasar el pulgar de manera suave por la mordida cerca de las clavículas del rubio que está abierta pues se nota por el color a sangre viva.

Quería una mirada. Porque los ojos expresivos y alegres de su novio le removían tan fuertemente las entrañas, sus mejillas automáticamente se coloreaban de carmín y, aunque lo negara, amaba el sentimiento porque era compensado con mimos y muchísimos besitos.

—¿Me extrañaste?

Bufa, apartándose unos centímetros de él y cubriendo la mitad de su rostro con su lacio y teñido cabello que no rebasaba sus hombros.

—Tal vez —pero oh, Kenma jamás admitiría todos los pensamientos que rondan por su cabeza.

Pero Tetsuro sabe que sí lo hizo. Que lo extrañó tanto o más que él, porque ambos esperaban llegar a casa simplemente para compartir un momento a solas. No importaba cómo, cuándo ni dónde.

Por dios, eran solo una parejita de adultos jóvenes enamorados hasta la punta de los cabellos.

El muy maldito sonríe y Kenma quiere sacar su celular y tomar miles y miles de fotos solo con esa sonrisa para añadirlas al álbum oculto que tiene como kt y un estúpido corazoncito cursi a lado, donde se resguardaba en esas imágenes cuando se sentía triste o su alfa ni siquiera se encontraba en casa y el tonto lazo hacía de las suyas. Sonriendo, comiendo, respirando, después de hacer el amor, existiendo. En todas y cada una de ellas su novio era el centro de atención, el personaje principal de cada escenita que se montaban.

Y puede que sea tenebroso, pero ¿quién no haría lo mismo teniendo a semejante hombre frente a él? No era tan tonto como aparentaba porque sabía lo que tenía y en algún momento tendría que acabar.

Auch —lleva una mano hasta su pecho, huesuda y callosa por el hecho de rematar el balón de vóley un montón de veces, fingiendo dolor y dramatizando con una expresión de indignación, pero sus ojos demostraban la burla del momento—. Yo te extrañe mucho, gatito.

Kenia sonríe poquito. Ya sabe que es verdad. Muerde su labio y pega su mejilla a las clavículas que se presumen fuera de la camiseta negra, no importándole lo pegajoso que se encontraba pues solo se dedicó fielmente a centrarse en el olor e inhalarlo tan profundo hasta que se quedara grabado en sus pensamientos. Ronroneó mientras atrapaba la tela entre sus dedos, queriendo sentir más.

Un dolorcito le hace quejarse.

—Avena —murmura sin separarse, sólo recargando el mentón en el pecho del moreno mirándolo a los ojos, esperando por una respuesta—. No alcanzo.

Es todo lo que tiene que decir cuando el otro le toma de la mano y lo encamina de nuevo a la cocina, el rastro de feromonas con olor a manzana y un endulzante sabor a miel lo envuelve cuando mete un pie en el lugar.

—No puedo subirme al banquillo, uhm, me dijiste que no lo hiciera y- es tu culpa —menciona con el ceño fruncido, apuntándolo y entrecerrando tus ojos—. Por eso no puedo comer y llevo mucho tiempo con hambre. Es tu culpa. —le reitera.

—Pudiste pedirle ayuda a Akaashi —se encoge de hombros como si fuera lo más obvio, pero no duda en buscar la petición del mas pequeño y le pasa el cereal.

Kenma casi le arrebata el envase quitando la tapa escuchando el pop y casi brincando va por una cuchara metiéndola emocionado entre los granitos de la avena triturada. Abre grande y se mete un bocado sin detenerse por las migajas que caen en su ropa o en el suelo.

Ho quieo mowlestar –kuro asiente, comprendiendo la situación, pero sin quitarle la vista de encima.

No interrumpe. No dice nada porque sabe que el otro está tan concentrado en la avena con sabor a plátano y manzana, metiendo la cuchara con cantidades más grandes que la boquita de su novio pudiera soportar -bueno...-. Y se ve tan jodidamente adorable comiendo que no puede evitar no sonreír.

Tetsuro lo ama. Adora a su gatito con su vida y al pequeño bebé que se reproduce en aquella barriga de cinco meses.

QUAKER-kurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora