4 - El peso de la sangre

5.7K 444 395
                                    

Akatoria, México

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Akatoria, México. 29 de diciembre, 2018.

El viento del oeste se llevó el sombrero que Emma había escogido para la ocasión y, aunque lo vio rodar hasta enredarse entre los setos desnudos, no fue a su rescate. En vez de eso, se desvió del camino que desde muy temprano el jardinero había estado despejando y hundió las botas en la nieve que cubría los extensos terrenos de la academia.

Todo se desmoronaba en su interior, pero nadie lo hubiera sospechado, como una casa a la que se le desprende el papel tapiz, se le corroen las paredes, se fuga el agua de las tuberías, pero que por fuera todavía se ve entera, de pie, que da la impresión de guardar tras sus ventanas la misma belleza que ofrece el exterior.

Emma se detuvo junto a un árbol al que le quedaba un puñado de follaje y observó cómo la brisa helada mecía las ramas; una hoja se desprendió y tiñó la nieve de rojo. Algo en el contraste provocó que se apoyara en el tronco y cerrara los ojos con fuerza. Se estremeció al recordar el chirrido de los grandes neumáticos del camión, el golpe seco, la sacudida, los vidrios volando frente a ella como pequeñas estrellas fugaces. Pensó:

«Me parezco a este árbol, he sido despojada de mis últimas hojas y no me siento capaz de resistir otro invierno sin ellas».

Tenía el estómago revuelto ahí donde la impotencia se acumulaba. Necesitaba vomitarla. Mientras observaba la nieve, evocó la última vez en que había significado felicidad; ya casi trece años desde aquel día y todavía podía evocar la forma en que su risa y la de ella armonizaban juntas...

Sonrió con pena, con burla, con desprecio hacia sí misma y dejó atrás los jardines, cruzó el túnel que dividía la residencia de las estudiantes y recordó haber observado el paso de las estaciones desde una de aquellas ventanas estrechas. Se detuvo al borde del terreno que bajaba hasta el lago y examinó la cancha de básquet que había sido levantada al borde del agua. Sus oídos zumbaban como si pudiera escuchar el balón rebotando en aquel último y épico partido. Sintió el fantasma de aquello que le recorrió la columna cuando chocó contra ella y la envió al suelo. Había actuado como una idiota impulsada por el fragor de la desesperación: no por ganar, sino por alejarla, por mantenerla al margen de sus intenciones perversas.

—Y he conseguido lo que deseaba, lo cual es irónico —murmuró.

Unos metros a la izquierda de la cancha, entre los cerezos desnudos que formaban un laberinto, destacaba la Banda Marcial, el grupo de música más importante del internado, y cuyas integrantes eran las embajadoras de la academia dentro y fuera de la ciudad. Esperaban a que la ceremonia diera comienzo sin mover un músculo ni salirse de la formación. El sol hacía destellar sus instrumentos y era absorbido por los uniformes negros destinados únicamente para lo que estaba a punto de pasar.

Una multitud ocupaba el espacio restante. La hondonada al completo era un salpicadero de abrigos oscuros y sombreros de todo tipo; el silbido de las conversaciones se elevaba con la brisa. Los rostros se dirigían hacia el féretro verde jade que descansaba sobre el muelle, sitio que habían elegido para el memorial.

Cazar el caos [EN LIBRERÍAS] (EMDLE #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora