Capítulo 7

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Salió de la ducha ya vestida, y con el pelo seco se dirigía hacia la cocina.

—Madre mía lo que tardas. 

—¡Ah! —Saltó en su sitio, —¿Qué haces aquí? —Dijo con el ceño fruncido por confusión.

—También es la casa de mi hermana. 

Resopló.

—Bueno, pues haz lo que quieras, pero yo me tengo que ir. 

—¿A dónde? —No sabía porque acababa de preguntar eso, pero la intriga hizo que lo escupiera.

—A buscar trabajo. 

—Te acompaño. —A Andrea se le saltó el corazón. ¿La quería acompañar? Madre mía, estaba soñando.

—No hace falta, de ver...

—Ya, pero yo quiero, —Dijo mirándola a los ojos. Son preciosos. —Si no te importa, claro. —Susurró esto último.

Andrea reacciono, demasiada cercanía, la estaba poniendo nerviosa, sentía su calor corporal. Sus ojos azules clavados en los suyos, muchas emociones surcaban por ellos, pero no conseguía descifrarlo. Negó con la cabeza ya que su voz se había atascado en su garganta.

River salió de su trance, y fue a abrir la puerta. Andrea cogió su chaqueta y salió detrás de él. Bajaron los cuatro pisos sin decir absolutamente nada. Cuando salieron a fuera, el aire de Londres los azotó en la cara. A Andrea le dio un escalofrío de pies a cabeza. River iba en manga corta.

—¿No tienes frío? —Le preguntó mirándole extrañada.

—Qué va. —Le respondió mirando hacia el frente.

Se quedaron unos minutos más en silencio. River la miró de reojo, iba mirando el suelo, se fijó en su perfil. Era magnífico, sus mejillas estaban un poco rojas ya que el viento era muy frío para ser un día de abril.

Carraspeó la garganta.

—Y, dime, ¿de qué estás buscando trabajo? —Dijo ahora mirándola.

—De lo que sea, —giro la cabeza para mirarle, y se volvió a perder en sus ojos, —menos: prostituta, stripper, sicaria o narcotraficante. —River soltó una risita.

—Oye, pues lo de narcotraficante no suena mal, —bromeo, —ganarías un pastón. 

—Si claro, voy a ser narcotraficante, con la familia que tengo. — Bromeo también.

—¿A qué se dedican? 

—Uno es abogado y el otro es juez. 

—Jesús... —Susurró, —tu casa debió ser una dictadura. 

—Sí, la verdad es que cuando yo fui adolescente, no les daba muchos disgustos, —miro a River, quien estaba sonriendo. Dejaba ver unas arruguitas monísimas, cuando sus comisuras se levantaban. Quito la vista de sus labios, antes de que River pudiese verla. Siguió con lo que le estaba contando

—Alguna que otra discusión, pero no nada del otro mundo, —hizo otra pausa, —en cambio mi hermano, —resopló, —desde pequeño dando la tabarra

—¿Es mayor o pequeño? 

—Pequeño, tres años más pequeño, en febrero hizo 17. Está insoportable. 

Siguieron andando durante una hora buscando trabajo, y nada, todos habían rechazado. Salieron del último restaurante. Andrea resopló.

—No te angusties, aún nos queda una tienda. —Le puso la mano en el hombro y le sonrío cálidamente. Ella se perdió en sus ojos y en su sonrisa tranquilizadora. Tenía unas ganas enormes de besarle, así que parto la mirada. Anduvieron durante unos minutos a una tienda de ropa que estaba un poca alejada de donde vivía Andrea. Bershka. En el cartel vio un cartel. Se necesita personal. Perfecto, fue a entrar.

Éramos pocos y parió la abuelaWhere stories live. Discover now