Su dictamen

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Fredd se agacha, me agarra por el cuello de la camisa y me levanta sin mayor esfuerzo. Realmente se parece a Bane, una versión no-calva de él. Empiezo a temer, porque yo no soy el reconocido Batman, soy un chico asmático en serios problemas. Y sobre todo, porque es la vida real, no una historieta.

—Fíjate por donde caminas —me ordena entre dientes, tan cerca de mí que puedo sentir su aliento—. Tu sola presencia molesta.

—¡P-perdón! Yo no...

—Sí, sí... Tú no debiste haber nacido. Contaminas el oxígeno, ¿sabes? —Me dejó en el suelo—. ¿Qué mierda es esto?

Antes de que recoja alguno de mis bocetos con el evidente rostro de su chica, me lanzo al piso para arrastrar contra mí todas las hojas posibles. Soy como un niño recogiendo dulces de una piñata.

—¡N-no son n-n-nada!

—Espera un segundo... —Fredd se fija en una de las hojas que están más allá de mi alcance. La hoja enseña el rostro sonriente de Loo, es el único dibujo de ella en el que su rostro sale normal, donde no es la modelo perfecta para mi historieta, solo es Loo—. Esta es...

Doy un salto, cual simio, y me echo encima de él para quitar de sus manos el dibujo.

—No es nadie —digo, aunque es evidente que ya tengo la soga en el cuello.

Un Banedd desconcertado, con la vena hinchándose en su cuello por el reciente descubrimiento —porque al parecer el demasiado idiota para haberse fijado antes—, empieza a mirar las hojas del suelo, a recogerlas, aunque yo intente que no lo haga. Me empuja con una fuerza superior.

—Estás jodido —farfulla con una sonrisa llena de caos.

El pecho se me comprime, mi garganta quema y los pulmones me exigen aire, un aire que no llega. Fredd empieza a recoger las demás hojas y yo, como un inútil, trato de sacar mi inhalador antes de morir.

Veo al peor de mis enemigos marcharse con mis dibujos, llamando a Loo por el pasillo, cantando:

Adivinen a quién vamos a colgar,

Su nombre es Sam y se va a cagar.

A Loo vamos a llamar,

para que lo haga pagar.

Le sigo detrás, agitado y cansado, mis piernas tiemblan con cada palabra de su improvisada canción. Fredd empieza a reír y atraer personas al casino, el comedor de Jackson. Para mi espanto, al entrar, Loo está con su amiga Vudú comiendo no-sé-qué.

—¡Loo! —exclama con cinismo Fredd— ¡Louisa, cariño!

—¿Qué demonios te ocurre, puto imbécil? —recrimina Loo. Fredd ha dicho su nombre completo y eso, sea quien sea, la pone de un humor terrible. Peor que el que trae de costumbre.

Mis piernas de pollo empiezan a temblar. Soy como un llavero al lado de Fredd, intentando persuadirlo, susurrarle que por favor no lo haga.

—¡Mira! —El grandulón de su novio, sin importarle nada (como siempre) se sube a la mesa— ¡Miren todos! —grita a las pocas personas presenten, con un complejo de presentador.

Con la atención acaparada, Fredd hace lo que temía que hiciera. Mis dibujos, en un segundo, vuelan por todo el casino de Jackson. Todos repartidos como un nevazón indeseado, que llega a personas que no la necesitan. Loo y su amiga atrapan algunas hojas, arrugándolas una vez que la estrellan contra su pecho para que no caigan de sus manos.

La muerte me saluda con la mano, Loo está viendo con asco mis dibujos.

—¿Qué enfermo hizo esto? —le pregunta a Fredd cuando baja de la mesa.

—Él.

Su dedo índice me señala. Estoy en el ojo del huracán, y ese huracán el Loo, quien antes me había mirado con desprecio, ahora me mira con ira. Mucha ira. Sus gruesas cejas son rectas, sus ojos azulados se inyectan en sangre, sus fosas nasales se abren. Oh, dioses. La Mujer Maravilla enojada no se compara con la temible Loo, no señor.

—Esto da asco —masculla con desprecio dando un paso hacia mí. Somos de la misma altura, pero de presencia soy diminuto. Me encojo de hombros con cada paso que da. Tengo que cerrar los ojos esperando el golpe que me deje viendo estrellas. Cuento y espero—. Y esto no lo verá nadie... —pronuncia frente a mí. Escucho cómo la hoja se rasga, entonces abro mis ojos con sorpresa—. NADA DE ESTO.

Fredd ríe mientras Loo y su amiga Vudú empiezan a romper las hojas con mis dibujos, todas y cada una de ellas. Mi trabajo hecho añicos es peor que pasar mil horas en el bote de basura.

Tanto tiempo destrozado por la chica que me inspiró a crearlos.

(Anti)héroeWhere stories live. Discover now