Su condición

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El humo negro se expande por el cielo. Observo su camino hacia la nada sin ya nada que me importe en absoluto. Ese humo es resultado de una quemazón, tan devastadora como un incendio forestal. Ese foco de contaminación eran mis bocetos, lo poco y nada que quedaban de mis dibujos.

Me siento como Bruce Wayne en Batman y Robin número dieciocho, cuando su único hijo biológico muere.

La situación no es igual, pero duele como un demonio. Más si es la misma Loo quien nos ha ordenado arrojar los trozos de hojas y meterlas al bote de basura. Fredd se hizo una bala buscando un bote de basura de metal y Loo me llevó a arrastras todo el camino amenazándome con su mechero. Todo en el sucio pasillo detrás de la cafetería de Jackson.

Lo único que me queda es mi inhalador. Apenas puedo sostenerlo con mis manos temblorosas.

—Eso es todo. —Loo coloca la tapa en el basurero, se sacude las manos para cruzarse de brazos luego. Ya no está como un demonio, pero sus cejas continúan siendo rectas—. Toma esto como una advertencia, niño. No quiero más dibujos enfermos sobre mí o te patearé el culo hasta que te sangre.

Trago saliva con dificultad.

—Vámonos.

Sin más, se marcha con su amiga Vudú. La observo caminar, esperando que voltee o haga alguna acción para mostrarse arrepentida, pero no. No lo hace.

Emprendo mi camino de regreso a Jackson, oliendo a quemado y la desolación como aura. Soy la imagen gráfica de un ser derrotado...

—¿A dónde crees que vas? —Oh, no. Fredd me agarra por el hombro, lo que por instinto me hace detener el paso—. No creas que saldrás invicto de esta, idiota.

Y como si se reprodujeran, sus amigos aparecen en la escena. Fredd me da un puñetazo en la nariz. Ya no veo nada, solo oscuridad.

Aún puedo sentir el olor a comida descompuesta entrar por mis fosas nasales y estamparse en mi cerebro para no querer salir de él, incluso después de bañarme tres veces el mismo día.

Lindo. Todo es gracias a Fredd y sus amigos que me metieron en el bote de basura. No, no era el bote, sino en ese cubo gigante.

Tras volver a casa temprano —porque el olor no lo soportó ni el profesor— decidí que debía cambiar. Basta de vivir bajo la sombra de alguien más idiota que yo. Basta de abusos por parte de Fredd y su pandilla. Si no hubiese sido por su causa, mis bocetos estarían bien guardados. Él fue quien me delató. Todo es su culpa. No puedo vivir todo el resto del año así: siendo el blanco perfecto para todos los matones sin cerebro de Jackson.

Lo irónico aquí es, que a pesar de ser los matones quienes hacen mi vida imposible, estoy dispuesto a pagarle a alguien de su misma clase para que me proteja de ellos:

Loo Wills.

Es una idea funcional. Estúpida, pero funcional. Si la tengo de mi lado Fredd no querrá meterse conmigo ¡y puedo inculcarle los valores que un héroe tiene!

¡Es genial! ¿Qué es lo peor que puede pasar?

—Que te rebane vivo con sus ojos o que te muela a golpes. Eso es lo peor que podría pasarte —advierte Josh. Le he contado mi nueva y brillante idea, pero me ha tomado como un loco—. ¿No la has visto? ¡Hasta los profesores le temen! —Josh entierra el tenedor sobre la carne y comienza a cortarla con el cuchillo de plástico—. Has perdido la cordura, ¿sigues tomando las pastillas?

—¿De qué pastillas hablas?

—Esas... —piensa un momento, mirando su carne— las de colores.

(Anti)héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora