Francia López secretaria en una de las más grandes empresas de New York.
Desde el momento en que Andrés Rojas su nuevo jefe posa los ojos en ella su mundo comienza a tabalearse.
Tensión sexual
Atracción inevitable
Ambos comparten una pasión irres...
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Con las manos sudadas decido llamarlo devuelta, suela solo un timbre y me contesta la llamada.
—¿En dónde estás? — es lo primero que pregunta.
—Me encuentro muy bien gracias por preguntar señor ¿Usted como la paso este día? — bromeo
—No quiero volver a preguntarlo — demanda.
—Seguí tu consejo de conocer la ciudad.
—¿En dónde exactamente? Voy por ti — suena molesto.
—No quiero irme todavía señor Rojas.
—Mándeme tu ubicación no te lo pediré de nuevo — tiemblo con su tono de voz.
—Suena como si fuera un novio posesivo señor Rojas— se mantiene en silencio y me rindo —Castel Café — susurro.
—Voy para allá — cuelga.
Guarde mi celular, intente volver al ambiente y divertirme con mis nuevos amigos para no pensar que ese hombre revuelve hormonas viene en camino.
—Francia — me llama Robin — ven
Me acerco y el olor y su mirada medio perdida me indica que se bebió un par de copas.
—Toma — me da en la mano unas llaves
—Te enseñare a conducir como toda una profesional en mi auto — me reí e iba a decirle que de ninguna manera me iba a meter en el auto con el bajo el alcohol.
—¡Francia! — su voz me eriza los vellos del cuerpo completo.
— Qui est cet homme séduisant? — pregunta Adelaide atontado con sus ojos pegados al tipo detrás mío.
<< ¿Quién es este atractivo hombre? >>
Me doy media vuelta y le doy una tímida sonrisa.
—Chicos él es mi jefe, Andrés Rojas — lo presento — Señor, ellos son Adelaide, Abelardo, Duncan y Robin — los chicos lo saludan sonriente, en especial Adelaide quien juega con su cabello, aunque no la culpo del todo, el hombre si es atractivo.
—Belle ta boss fille — me susurra mi amiga al oído.
<< Guapísimo tu jefe chica >>
Andrés solo da una media sonrisa a los demás, pero solo se acerca a mí, y muy cerca de mi rostro dice.
—Ya debemos irnos — ladra en susurro, agarra las llaves en mi mano y se las da a Robin a quien le da una mirada de pocos amigos.
—Pero no me quiero ir — digo cruzando mis brazos.
—Sabes que aquí suelen ocurrir carreras ilegales, es peligroso, incluso vi en las noticias que hace poco ocurrió una.
—Si lo sé, yo estuve en la carrera — lo interrumpo.
