21. Sᴀʟᴠᴀɴᴅᴏ ɴᴜᴇsᴛʀᴀ ɴᴀᴄɪᴏ́ɴ

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En la Ciudad Faro, todo parecía marchar a su propio paso

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En la Ciudad Faro, todo parecía marchar a su propio paso. Los ciudadanos y trabajadores continuaban dando servicio de sus deberes como antes se los habían planteado, sin salirse del orden del cual debían de funcionar. Pese haber pasado más de tres semanas y media desde que su héroe se fue, la gente lo comenzaba a extrañar como si se hubiera ido otro año a lo desconocido. Claramente, algunos entendían que pronto regresaría, junto a su fiel equipo de amigos inseparables, pero otros, ya lo querían de vuelta, temiendo otra vez ser abandonados por más tiempo de lo acordado.

Mientras todo rondaba a su establecida naturaleza, Romeo seguía cumpliendo su deber de “Administrador”, verificando que nada se saliera de control y que no ocurriera ninguna catástrofe entre los ciudadanos.

Para suerte suya, ninguna mala noticia se le había presentado durante su deber. Solo algunas veces tuvo que ayudar a algunos ciudadanos en sus típicas actividades, sin ser cosas de otro mundo que no tuvieran solución. De ahí en fuera, la situación en la gran urbe era totalmente tranquila, funcionando a su debida manera y así debido orden.

Y justo en esos instantes, yacían fuera de servicio, disfrutando un tiempo a solas en un lugar muy especial.

Por encima del puente de madera, veía feliz el paisaje que yacía frente a él, contemplando, a grandes rasgos, la espectacular obra de arte que múltiples personas formaron con sus manos. Aún le costaba creer que existía una gran cantidad de imaginación y creatividad viviendo dentro de las skins de la gente; siendo desatada con toda la libertad posible y el espacio suficiente para hacer realidad aquellas abstractas ideas que sus cabezas guardaban muy bien. Eso le hizo recordar la vez en la que armó múltiples torres, estatuas, jardines y montañas rusas sobre los primeros años del mundo abierto, donde posteriormente serían dados como un regalo a sus estimados hijos.

Fueron años muy agradables —pensó el hombre, dando una mirada triste a lo que sería el Gran Templo de la Orden de la Piedra.

No solía recordar aquellos tiempos tan a menudo, pero lo estaba haciendo en mayores ocasiones luego de lo de Jesse y la extraña visita de su nieta. Por lo menos, el muchacho estaría gozando la agradable convivencia con todos sus familiares, haciendo un sin fín de cosas que le tomaría mucho tiempo en realizar y en organizar.

Y, mientras el jóven disfrutaba lo que había perdido, el adulto intentaba seguir recordando los mejores momentos que pasó a lado de ciertas personas que fabricó con sus manos.

Romeo decidió cambiar de panorama, ahora viendo hacia la entrada y sus afueras. Observaba las maravillas que la naturaleza le ofrecía, contemplando los árboles, los pastos y los cielos que diseñó hace bastante tiempo atrás. Seguía sorprendiendose que, a pesar de ser un mundo hecho a cubitos, no dejaba de verse maravilloso, como si realmente fuera el verdadero mundo en el que él vivía, aunque con la gran diferencia de que aquel era real.

Mientras fijaba su vista al camino principal, pudo notar la presencia de siluetas de color negro, borrosas por la distancia en la que se encontraban. Por unos segundos, pensó que la vista le hacía pasar una mala jugada, sin embargo, esas siluetas eran reales, y se estaban acercando a la ciudad. Dejó que esos extraños visitantes se acercaran un poco más, por tal de ver quiénes eran realmente. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, notó que esas entidades no eran nada más y nada menos que Jesse y algunas personas de vestimentas extrañas que, al parecer, los venían acompañando desde hace un buen rato.

╔║[ ᴍᴄsᴍ: ᴇʟ ᴏʀɪɢᴇɴ ᴅᴇ ᴜɴ ɢʀᴀɴ ʜᴇ́ʀᴏᴇ ]║╗Where stories live. Discover now