Cajas y Besos regados

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La casa tirada y con las paredes húmedas de la última lluvia torrencial, pedía a gritos ser remodelada, quizá era porque las cajas de la mudanza estorbaban en la sala, en la cocina y en la habitación, sin embargo dejé todo ese tiradero a un lado y me concentré en hacer de cenar, lo que tenía en mente no era fácil, pero me lo había propuesto como primera cena oficial de adulto independiente. Entonces estaba sola, con cajas en suelo llenas de recuerdos y el platillo que a mamá le quedaba tan bien, fetuccini Alfredo, quemado o tan cocido que parecía vómito de bebé, por tercera vez.

Claramente estaba a punto de darme por vencida, con un par de lágrimas atascadas en mis ojos, tratando de no salir porque era la primera noche de tantas y pensé, si me permito llorar ahora, quizá lo haré de aquí en adelante, así que me puse de pie en el centro de mi nueva casa, respiré profundo y, como si fuera una llamada del cielo, como la llegada de la mismísima Emma Thompson en personaje de Nanny McPhee, ella llamó a la puerta.

El intento de mi meditación y el respirar profundo quedó atrás, sin importancia, las cajas de convirtieron en obstáculos de una carrera imaginaria para llegar a la puerta desde la cocina. Abrí la puerta y sí, era esa mujer de ojos brillantes, con el pelo revuelto a causa del viento, su sonrisa se ensanchó, y fue el explosivo que necesitaba para que de detonara mi fastidioso berrinche por no estar preparada para vivir completamente sola.

—Sabía que estabas en aprietos —dice, con la voz alegre, como si disfrutara de alguna manera verme así—. Te dije que no sería fácil, que estabas tomando una decisión precipitada.

—¿Quieres dejar de regañarme? ¿Para eso estás aquí?

—No, vine porque sabía que necesitabas ayuda y porque, quizás quieras que duerma contigo.

—Ultimamente quiero dormir contigo todas las noches de mi vida.

El cuarto fetuccini Alfredo quedó pendiente, era más probable pensar que no habría nada más por hacer y que era más probable ir a la cama sin cenar. Con ella aquí, ir a la cama era la única solución a un día de mierda.

Dejó su chamarra negra de piel sintética en el sofá y, sus manos me rodearon la cintura, luego de eso, poco a poco fuimos a la cama, paso a paso hasta que pudo tenerme solo para ella. La cama ni siquiera estaba lista, solo era el colchón y ya, las sábanas y los cobertores seguían guardados en alguna caja en la cocina o tal vez en el baño. Ella no se detuvo ante eso, seguía besándome y jugando con mis senos, yo también jugaba con los de ella y luego, su lengua, ella sabía exactamente lo que hacía y era genial. El hambre había desaparecido de repente.

Cuando terminamos, empezó a buscar las cajas de la sábanas, las encontró un par de minutos después, en el baño, y luego de reírse un poco de mí, regresó a cubrir mi cuerpo con una de ellas, besó mis labios y fue por su teléfono la cocina, seguía desnuda, en mi casa. La escuché pedir una pizza y me sentí aliviada y a la vez, frustrada.

—En veinte minutos traerán pizza.

—No siempre comeré pizza.

—Lo sé, pero es un caso de emergencia.

—En veinte minutos podemos hacer otra cosa —sugerí, con voz propia de coqueteo.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó, dispuesta a seguir aquel coqueteo.

—No lo sé, solo quiero que hagas conmigo todo lo que te imagines.

—Nunca habías dicho algo semejante.

—Estamos solas, es mi casa, no sabes lo libre que me siento.

—Te hacía mucha falta alejarte de tus papás.

—Lo sé, y ahora que estoy lejos, lo único que quiero es que me hagas el amor una y otra vez.

—Entonces permíteme.

Una segunda ronda de besos apasionados, de caricias arrebatadoras, de su lengua en mi cuerpo y de todos los movimientos que hacía para desatar en mí otro orgasmo. Entonces llegó mi turno, y fue aún más placentero, mi cuerpo se inundó de todo, de placer, de gozo, de una adrenalina porque mi subconsciente estaba reprimido pero mi alma, sabía que ya no había nada más que temer. Después del tercer orgasmo de la noche, llegó el momento de una sesión intensa de besos apasionados, de esos que no hace falta separarse para tomar aire, mientras sus dedos jugaban tranquilos en mi entrepierna.

Desgraciadamente fuimos interrumpidas por un repartidor, ella se levantó de la cama y, con una sábana envuelta fue a despachar al muchacho. Escuché la puerta cerrarse pero, el hambre había desaparecido y, mientras yo pensaba en qué más podría hacerme ella, ella tardó en la sala, escuchaba las cajas y cosas ser revueltas, así por unos minutos, tal vez cinco. Entró a la habitación después sonriendo de manera triunfante y celebrando algo que solo ella sabía.

—Lo encontré —dijo sin borrar su sonrisa, levantando al aire mi consolador negro.

—¿Estaba en el estuche?

—Sí, tranquila.

Prácticamente, las dos habíamos dejado a un lado la pizza, pero por algo que no nos desagradaba en nada. El cuarto orgasmo se hizo presente y luego de otros minutos, un quinto.

Fue hasta entonces que la pizza empezó a terminarse de a poco.

—¿Quieres que venga a vivir contigo? —preguntó en una ocasión antes de llevar su pizza a la boca.

—¿Tú quieres?

—Lo haría si me lo pidieras.

—Entonces no.

—¿No? —preguntó desconcertada.

—No.

—¿Por qué?

—¿Tú quieres vivir conmigo?

—Sí, si me lo pidieras.

—Entonces no. Mira, así estamos bien.

—¿Segura?

—Joder, entonces dime tú qué es lo quieres.

—Pues entonces sí, quiero vivir contigo.

—Tu trabajo quedaría más retirado.

—Por unas calles. Además el tuyo está más cerca y eso me tranquiliza.

—Perfecto, entonces mañana puedes empezar a traer tus cosas.

—Bien, mañana las traigo y serán más cajas aún.

—Hay suficiente espacio.

Terminamos con la pizza, dimos inicio a nuestra rutina de higiene por la noche y luego, a la cama a dar por terminada una noche de sexo.

Sexo[S]Where stories live. Discover now