Lazos Eternos.

374 33 50
                                    

La miraba discreta, como si su sueño pendiera de mi capacidad para abrazar su alma. Su cuerpo era el columpio perfecto sobre el cual mecerme hasta dormir. Y ahí, reposando encima de mi, con su cara en mi pecho y sus brazos rodeando mi cintura, me di cuenta que la quería, tanto como a nadie.

Era domingo y habían pasado dos días desde que ella durmiera conmigo aquella noche. Todavía sentía el perfume de su piel impregnado en cada respiración que daba. En todos lados me parecía verla o escucharla, pero no era ella, se había ido el sábado en la mañana. Ni siquiera me di cuenta ese día de cuando se levantó de la cama y se fue, solo me dejo dicho con mi madre que tuvo que acompañar a su hermano por temas de negocios y regresaría el lunes. Ayer casi no tuve apetito, me sabía mal estar lejos de ella aunque yo intentara pensar en otra cosa.

"Daría lo que fuera por quitarme esta sensación imparable que me agotaba".

En unos minutos me reuniría con Ana en su casa para conversar. De hecho ella fue la de la idea, porque yo había optado por esperar que todo se calmara. El señor Márquez me llevó y me bajé unas cuadras antes para que no nos vieran juntos. Sé que él y el tío de Ana se conocían pero aún así quería evitar preguntas de su madre sobre que hacía con ese hombre y bla bla.

Toqué varias veces el timbre hasta que me abrieron la puerta y para mi sorpresa fue el tío de Ana.

—¿Como está señor Freed? —extiendo mi mano.

—¿No me irás a saludar así, no?. Ven acá. —Me agarra y me da un gran abrazo. Él era un señor bastante agradable. En todas las pijamadas que hacía con Ana nos preparaba galletas y decía que eran para sus sobrinas favoritas.

—¿Ana se encuentra? —digo al zafarme.

—Si está en el cuarto de su madre, pero no te quedes ahí fuera entra.

—¿Y puede llamarla? —pregunto dando pasos hasta el interior de la casa.

—Claro, sube con cuidado de no hacer demasiado ruido, seguro te necesita. —Sus arrugados dedos encienden un cigarro y me hace un gesto para que suba.

No puedo creer que Ana esté mal por mi culpa. Si él dice que me necesita es porque debe estar sufriendo, soy una total egoísta y estúpida. Ni siquiera la busqué cuando salió de aquel baño tan rota y con cara de asustada. Es que tampoco le di la importancia necesaria, ni el trabajo de pensar en el tema. Era como tener sentimientos neutros respecto a la situación, no me molestaba porque la quería, pero tampoco hacían ningún efecto en mi.

Subo las escaleras y me acerco al cuarto de la madre. Todo estaba en total silencio y las luces apagadas. Que raro, a plena luz del día. Si esto fuera por mi, de verdad que no me lo perdonaría. 

—Ana —susurro de manera casi inaudible.
La puerta se abre y la veo. Una chica deprimida de los pies a la cabeza, esa no era mi Ana.

—Dios, ¿que te pasó?. —La atrapo y la abrazo con todas mis fuerzas. Ella respira profundo en mi camisa, como si eso la llenara de vida por un segundo.

—Ven a mi cuarto —dijo cabizbaja.
Verla así era la manera más cruel de torturarme. Sentía un dolor tan agudo que no podía describir.

—¿Que te pasa? —digo cuando cierra la puerta.
Las gotas se le escurrían de a poco por la cara pero trataba de contenerlas.

—Ven —me siento en la cama y ella se acuesta apoyando su cabeza en mis piernas—. Perdóname, fuí una imbécil. —Paso mis dedos por sus cabellos rubios y por sus mejillas casi sin color.

Así pasaron como veinte minutos, mirándonos fíjamente. Nunca antes había visto la conexión que teníamos pero en ese pequeño lapsus la había sentido.

Mi Reflejo En Ti (En Proceso)Where stories live. Discover now