𝐄𝐱𝐜𝐮𝐫𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐩𝐞𝐧𝐝𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝟑 𝐲 𝟒

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POV JENNIE

El autocine de Pendleton Pike es uno de los últimos de su estilo. Lo que queda de él se encuentra en un extenso solar abandonado en las afueras de Indianápolis. Ahora parece un cementerio, pero en los años sesenta era uno de los lugares más populares de la zona, puesto que no solo era un cine al aire libre, sino que además era un parque para niños, con una montaña rusa en miniatura y otras atracciones.
Ahora solo queda la pantalla.

Aparco en la carretera, en la parte de atrás. El día está encapotado, el sol se oculta detrás de gruesos nubarrones grises, y a pesar de que hace calor, me estremezco.

Este lugar da miedo. Mientras me abro paso con dificultad entre suciedad y malas hierbas, intento imaginarme a Lisa aparcando el Pequeño Cabrón justo donde yo he aparcado mi coche y acercándose a la pantalla como yo estoy haciéndolo ahora, con los bloques de edificios perfilándose como un esqueleto en el horizonte.

«Creo en los carteles», escribió.

Y eso es lo que parece la pantalla: una valla publicitaria gigante. La parte posterior está cubierta de graffiti y me encamino hacia allí tratando de no pisar botellas de cerveza y colillas.

De pronto, tengo uno de esos momentos que se tienen cuando has perdido a alguien, en los que te sientes como si te hubieran dado una patada en el estómago y te hubieses quedado completamente sin aire y piensas que nunca más recuperarás la respiración.
Ansío sentarme en este suelo asqueroso y llorar y llorar hasta que ya no pueda llorar más.
Pero lo que hago en cambio es rodear la pantalla, diciéndome que tal vez no encuentre nada. Cuento los pasos hasta que llevo unos treinta. Me vuelvo y levanto la vista y leo en la gigantesca cara blanca, escrito en letras rojas: «Estuve aquí. LM».

Mis rodillas flaquean y me dejo caer sobre la tierra, las malas hierbas y la basura. ¿Qué estaría haciendo yo mientras ella estaba aquí? ¿Estaría en clase? ¿Estaría con Nayeon o con Kai? ¿Estaría en casa? ¿Dónde estaba yo mientras ella se encaramaba al cartel para pintarlo, para dejarme una ofrenda y terminar nuestro trabajo de clase?

Me levanto, cojo el teléfono y hago una fotografía al esqueleto de la pantalla y luego me acerco al cartel, poco a poco, hasta que las letras son enormes y se ciernen sobre mí. Me pregunto desde qué distancia pueden verse, si podrían leerse desde varios kilómetros de distancia.
Veo en el suelo un bote de pintura roja en aerosol perfectamente tapado. Lo cojo, esperando encontrar una nota o cualquier cosa que me dé a entender que la dejó aquí para mí, pero no es más que un bote de pintura en aerosol.
Debió de subir por el entramado de los postes de acero que sujetan el armatoste. Pongo un pie en un peldaño, sujeto el bote de pintura bajo el brazo y me doy impulso.
Dado el tamaño, tengo que subir primero por un lado y luego por el otro para terminarlo.
Escribo: «Yo también estuve aquí. JK».

Cuando acabo, lo miro de lejos. Sus letras están mejor hechas que las mías, pero juntas quedan bien. «Aquí estamos -pienso-. Nuestro trabajo de clase. Lo empezamos juntas y lo acabamos
juntas.» Y hago otra fotografía por si acaso algún día desmantelan la pantalla.

Munster está todo lo al norte y al oeste que puedes llegar sin abandonar Indiana. Lo llaman la «ciudad dormitorio» de Chicago, puesto que está solo a cincuenta kilómetros de allí. La ciudad está rodeada de ríos, algo que a Lisa seguro que le gustaría.

El monasterio de Nuestra Señora del Monte Carmelo se asienta en un terreno privado extenso y sombreado. Parece una iglesia normal y corriente en medio de un encantador bosque.
Paseo por allí hasta que aparece un hombre calvo vestido con una túnica de color marrón.
-¿Puedo ayudarla en alguna cosa, señorita?

Le explico que he venido para hacer un trabajo del instituto y que no sé muy bien adónde tengo
que ir. Asiente, como si me hubiera entendido, y me aleja de la iglesia para ir hacia lo que denomina «las ermitas». Pasamos junto a esculturas hechas con madera y cobre, un tributo a un sacerdote que murió en Auschwitz y también en honor a santa Teresa de Lisieux, conocida como «La florecita de Jesús».
El fraile me explica que la iglesia, las esculturas y los terrenos en los que estamos fueron diseñados y construidos por antiguos capellanes del ejército polaco, que llegaron al estado una vez finalizada la segunda guerra mundial e hicieron realidad su sueño de fundar un monasterio en Indiana.
Me gustaría que Lisa estuviera aquí para poder decir: «¿Y quién sueña con construir un monasterio en Indiana?».

𝐢'𝐦 𝐣𝐮𝐬𝐭 𝐥𝐞𝐚𝐯𝐢𝐧𝐠 (jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora