Capítulo 18

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Aunque Gianella les indicó que podrían tomar otro camino libre de puentes colgantes para atravesar el río, al día siguiente optaron por no unirse al grupo

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Aunque Gianella les indicó que podrían tomar otro camino libre de puentes colgantes para atravesar el río, al día siguiente optaron por no unirse al grupo.

La misma decisión tomaron Eliza y Emilio, que en ese momento remaban en botes individuales, uno en cada extremo del Lago de los Condenados.

La comunicación entre el matrimonio siempre había consistido en Eliza iniciando un tema y Emilio respondiendo con monosílabos distantes. Ser testigos de cómo se habían invertido los roles era un placer para los saboteadores.

No era suficiente.

El progreso de la misión iba a velocidad caracol. A este paso perderían la cordura antes de que se cumpliera el plazo.

—La idea de buscar sus debilidades en esta maldita reserva no está funcionando —comentó Exequiel, acostado sobre una manta frente al lago, sin perder de vista a sus objetivos.

—¡¿Crees que esta sea la maldición de Cupido?! —exclamó su compañera, sentada de piernas cruzadas mientras formaba una corona con flores caídas—. Tanto arruinar romances nos ha acarreado mal karma. ¡Todos en Desaires Felinos estamos malditos! Eso explicaría por qué el jefe sigue soltero.

—El jefe sigue soltero por obvias razones. Además, si la maldición implica salvarse del matrimonio, bienvenida sea.

Ella soltó una risita. Extendió un brazo y acarició distraída los cabellos masculinos. Suaves, ligeramente rizados y un poco decolorados por el sol.

Apartó la mano al instante cuando comprendió lo que estaba haciendo. Creyó oírlo murmurar una queja de decepción, ¿o fue su imaginación?

—Sé que en el fondo sueñas con una familia convencional, Exe. No te preocupes. Ya encontrarás a una mujer desesperada, de tolerancia infinita y con un gusto espantoso que esté dispuesta a compartir su vida contigo.

Exe levantó un brazo y le dio un apretón en la rodilla.

—No pruebes mi paciencia, pelirroja. Estamos cerca de un lago y no hay testigos que me impidan lanzarte de cabeza.

—Tú solo quieres verme con la ropa húmeda adherida a mis sensuales curvas.

—Como si no te hubiera visto en bikini el verano pasado...

—¿Y tu mano tuvo mucha actividad física durante esa noche?

Exe soltó una carcajada.

—Eso no se pregunta... Se da por hecho.

Si era sincero consigo mismo, admitía que se había visto preciosa con su bikini floreado, esos rizos fluyendo como una cascada a su espalda y un pañuelo enorme atado a su cintura. El vaivén de sus caderas mientras caminaba alrededor de la piscina y su sonrisa traviesa cuando le pidió que le pusiera protector solar en su espalda desnuda... habían hecho añicos su concentración.

Agentes del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora