Su Olor a Rosas

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  Y aún huelen las sábanas a ella; a su perfume de rosas y a aquella fragancia que yo notaba tan cerca de mí como una polilla en busca de la luz. Se sienten como si sus pasos descalzos aún puntearan por la habitación cada mañana; o como si su cabello azul ondeara a cada lado haciendo del viento más feliz y movedizo. Cuánto habría dado por una mañana más a su lado, por despertar con sus risas y sus cosquillas mañaneras aunque yo gruñera de molestia por el resplandor mañanero; o al menos (si esto es mucho pedir), escuchar de su leve risa al verme balbucear por un ratito más...

  Pero ahora ya parece ser tarde.

  Ahora todo es silencio.

  Ya no hay pasos, o cabellos azules y lacios danzando en la habitación. Quedo yo, sola como siempre estuve y como nunca debí dejar de estar.

  Desde que ella se fue se llevó los colores de mis pinturas, se llevó el sol de mi vida, y las notas agudas de mi voz. Ya no hay nada por lo que reír y gritar de emoción, o por lo que creer. Ella no está aquí, y sin ella no hay nada.

  Me resulta curioso la forma en que acabó, y sólo me deja pensando en que realmente siempre fui demasiado gris para un arcoíris. Quizás, siempre fui muy desafinada para tocar sus brillantes melodías armoniosas, o demasiado torpe para danzar con ella en puntillas sobre la alfombra a la luz de la luna. Es demasiado poco, lo es. Todo es poco para expresar la insuficiencia mental y sentimental que ella me dejó dentro del alma. Se fue, y se fue con mi corazón, y lo poco bueno que quedaba de mí. Huyó, envuelta en su dolor sin mirar atrás ni ver lo desecha que me había dejado; y no la juzgo, ella también estaba desecha; y desgraciadamente, más que yo.

  Ahora está lejos, tan lejos que ya no puedo tocarla.

  Cuando sentía su tacto no importaba qué, porque todo mejoraba y eso nunca se lo decía. Ahora sólo siento su ausencia, y no importa qué, porque todo empeora y tampoco se lo digo. Soy como un dulce caído al suelo, un dulce que se le cayó a ella, y ahora nadie lo quiere. Las hormigas me toman de poco en poco, y van acabando lentamente de mí. Esas hormigas son mis propios pensamientos, esos pensamientos que son recuerdos perfectos llenos de risas y sueños; sueños que ahora quedaron rotos, guardados todos y cada uno en un cajón llamado "Promesas que nunca cumpliré". Odio ese baúl, lo odio como odié el que no me diera una oportunidad.

  A veces lo abro, y todo duele más.

  Ver sus recuerdos, duele.

  Recordarla a ella y a su esplendor, duele.

  Y no puedo olvidarla.

  De hecho, no quiero olvidarla, ni aunque todos, y ella misma, me digan que es lo mejor.

  Quiero llevarla conmigo a cualquier parte a la que vaya, como le dije que quería hacer cuando estábamos juntas aún. Quiero llevarla tomada de la mano y acompañarla a cumplir cada uno de sus sueños, levantarla cuando caiga, y sentarme a su lado si ella no puede levantarse aún; y eso es amor, ¿no? Si eso es amor estoy muy orgullosa de amarla, y nunca cambiaré de idea ni aunque mil toneladas de titanio caigan sobre mí. Quiero surcar el cielo, el mar, y la tierra, diciéndole al oído lo mucho que la amo, y lo tan importante que es para mí. ¿Me sonrojaría al decirle "Te amo" luego de hacerle el amor? Creo que sí, pero valdría la pena por ver su sonrisa pura dibujándose sobre sus rojos labios mientras me besa.

  Hoy quisiera decirle todo esto, pero ella se fue, y decidió no volver jamás. Quién sabe cuánto mal le hice, y cuántas noches en vela pasó por mí, y por mi culpa. Nunca la merecí, ¿no?

  Es complicado ver a la rosa florecer, cuando tú sólo eres una hierba mala en el jardín.

  Y es que en el allí de sus pétalos rojos, en los que el rocío de sus lágrimas caía cada amanecer por la frialdad de mis noches, la rosa marchitó; y sus pétalos antes vivos, se desplomaron uno por uno sobre mí como polvo de estrellas sobre la tierra, hasta dejarme completamente vacía, como merecía estar. Mi rosa se marchitó, porque no supe cuidarla.

  Ahora miro por la ventana, y veo la lluvia empañar el vidrio. A veces miro con la esperanza de que ella regrese por el sendero del bosque con su gran paraguas rojo y venga hacia mí, hacia mis brazos. A veces juro que al escuchar la puerta, mi corazón se dispara como alarma al ser activada. A veces, sólo a veces, quisiera enredar mis dedos lentamente en su cabello y susurrar en su oído lo tan hermosa que ella es mientras se duerme.

  A veces, me arrepiento de haberla dejado ir.

  A veces, siento que pude hacer más...

Mevie One-ShotsWhere stories live. Discover now