Capítulo 2

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Eran las cinco de la madrugada cuando la puerta de la zona reservada para trabajadores se abrió. Los jugadores pagaron las copas que habían estado consumiendo durante toda la noche y se refugiaron en sus abrigos antes de abandonar el local. Duncan había bajado ya las persianas y un cartel que pendía de la puerta señalaba que la taberna estaba cerrada.

La luz era incluso más escasa que antes, la peste a sudor y a sal había aminorado, pero seguiría impregnando las paredes durante varios días más. El dueño había volteado las sillas y colocado encima de las mesas, apartándolas para poder fregar con mayor comodidad. Los azulejos todavía brillaban por la humedad y el olor a friegasuelos barato de pino hizo que la chica arrugara la nariz.

Blair arrojó ciento cincuenta y dos escudos encima de la barra en cuanto estuvieron solos. El dinero se precipitó a escasos centímetros de un charco de licor que Duncan todavía no había limpiado. El camarero clavó la vista en el fajo de billetes y el montón de monedas, luego, se volvió hacia la muchacha, que observaba su expresión boquiabierta apoyada en el mueble.

― ¿En una noche? ― Preguntó, incrédulo, contando el dinero con habilidad.

― Trescientos tres escudos en una partida. ― Duncan dejó de mover el papel entre sus dedos, volviéndose hacia ella y alzando las cejas, escéptico. ― Mitad para Connor y tú, lo demás para mí.

― ¿Y el resto de la noche? ― El camarero acabó de comprobar la cifra y guardó los escudos en el bolsillo delantero de sus pantalones oscuros.

― Tuve que sacrificar unas cuantas partidas para que mi suerte no empezara a ser irritante. ― Blair se enfundó en la chaqueta de cuero y se colocó el bolso en el hombro. ― Ten cuidado con eso. ― Dijo, señalando al lugar en donde Duncan había escondido los billetes.

― Puedo llevarte, si quieres. ― Connor asomó por el umbral del sótano, cerrando con llave tras de sí y disponiéndose a limpiar las marcas circulares y pegajosas que había en la barra. A pesar del ofrecimiento, el chico sabía cuál sería la respuesta de ella.

― No te preocupes, cogeré un taxi. ― Las deportivas de Blair chirriaron cuando caminó sobre los azulejos mojados. ― Os dije que os compensaría por lo de Buster. ― Duncan agitó la cabeza con resignación, aunque sonriente. Connor se despidió con la mano, ajetreado ya con las labores de limpieza, y Blair abrió la puerta hacia la calle, desapareciendo en la noche oscura cargada de niebla.

La brisa fuerte de la costa impactó contra su cuerpo como un muro helado. Por el cielo paseaban un par de nubes grises y en el ambiente reinaba el olor del salitre.

Los edificios de Puerto bajo eran poco más que rectángulos y cuadrados achatados: almacenes y tabernas cercanas a un pequeño puerto para embarcaciones reducidas. La Pirámide destacaba contra el paisaje grisáceo de muros de cemento y pequeños ventanucos: tenía un tejado rojizo triangular y la pintura anaranjada aún estaba en buen estado en comparación con otras construcciones, ya que Connor había echado una nueva mano el verano pasado. Unos barrotes negros cruzaban verticalmente las vidrieras castañas, evitando el acceso de maleantes al local.

Blair se movió por callejuelas secundarias y atajos oscuros con peste a orina y alimentos en putrefacción. Había hecho el mismo recorrido tantas veces que sabía que, a un buen ritmo, podía completar el trayecto más rápido que siguiendo las calles principales.

A los pocos minutos, los recovecos entre edificios abrieron paso a una plaza de adoquines al lado del muelle. Allí, el viento y el frío eran más intensos, y ella apretó el paso, esquivando restos de redes, cuerdas, y charcos embarrados.

El rebumbio de las olas se escuchaba cerca, partiéndose contra salientes rocosos de piedra oscura. Las luces del puerto resplandecían sobre el agua y las pequeñas embarcaciones bailoteaban siguiendo el vaivén de la marea.

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⏰ Última atualização: Jul 17, 2021 ⏰

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