Capítulo noveno (2º parte)

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El imponente Volkswagen negro se desplazaba a gran velocidad por la carretera. Jungkook, conduciéndolo, se sentía el rey del mundo. Su cabello flameando libre, un brazo cómodamente apoyado sobre la ventanilla abierta, el otro firme sobre el volante. Una suave sonrisa en sus labios y la música que amenazaba con hacer explotar los parlantes.

La nieve se acumulaba a los costados del camino. El sol sembraba pequeños diamantes sobre la capa de hielo formada encima del pavimento. Era peligroso ir tan rápido sobre aquella superficie resbalosa, pero no lo suficientemente peligroso para él. ¿Acaso patinar no era su mayor destreza...? La velocidad aumentaba al ritmo de sus pulsaciones: ciento veinte, ciento cincuenta, doscientos kilómetros por hora...

Labios entreabiertos, ojos entornados tras los lentes oscuros. Iba a correr sí, en más de un sentido. El sol pegó de lleno contra el parabrisas al tomar la curva, pero él aceleró aún más, levantando una lluvia de nieve que roció el camino. Ahora llevaba las dos manos sobre el volante y su respiración ya era un jadeo. Un gemido trepó por su garganta hasta escapar en el momento justo en que clavó los frenos... El cero kilómetro no pudo contra la congelada superficie y dio dos giros completos sobre el pavimento antes de detenerse en sentido contrario al que iba. Agitado, Jungkook echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos con fuerza, suspirando.

–Te dije que no podrías –ronroneó Taehyung con una sonrisa traviesa, lamiéndose los labios al tiempo que se enderezaba desde entre las piernas del rubio para mordisquearle el cuello–. Gané la apuesta.

–Debería ser yo el ganador –replicó Jungkook, aún agitado por el placer recibido–. Evité que nos matáramos.

–Acéptalo, perdiste. Y será mejor que abroches tus pantalones o tendrás que inventar una buena excusa si nos detiene la policía. Está muy mal manejar a esas velocidades, mi querido, muy mal...

Jungkook echó una mirada penetrante para luego sonreír. Hizo lo que le aconsejaba su amante y después puso nuevamente el auto en marcha.

–No me compré esta belleza para dejarla en exposición.

–Claro, pero ¿podrías intentar no destrozarla el primer día?

–Da lo mismo, puedo comprar otro si quiero –alardeó Jungkook con una sonrisa autosuficiente, gozando del gesto exasperado de Taehyung–. ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres de premio?

–Que seas mi esclavo sexual por una semana.

–Soy tu esclavo sexual siempre...

–Si, pero me refiero a una semana entera, día y noche, sólo para mí –insistió Taehyung echándole los brazos al cuello, besándolo repetidamente en las mejillas mientras volvían al camino, ahora con más calma.

–Bien, pero tú le darás las explicaciones a Jimin de por qué faltaré a los entrenamientos –bromeó Jungkook, relajado.

–Eso incrementaría peligrosamente nuestro grado de conversación. Más de diez palabras, la idea me da miedo... ¿A dónde vamos?

–A conocer a alguien.

–¿A quién?

–Eso... es una sorpresa.

La expectativa crecía tanto como la distancia que recorrían. ¿A cuánto estarían ya del centro de la ciudad? ¿A veinte, treinta minutos? Jungkook manejaba demasiado rápido, no podía calcularlo. Pero en verdad que poca importancia tenía cuando el día era tan bonito que los sueños volaban al viento como sus cabellos, entretejiéndose en el aire en una estela dorada y azabache.

Al salirse del camino, Taehyung liberó del abrazo a su conductor, y se pegó a su ventanilla, curioso. Los árboles, el sendero... hasta la nieve parecía más prolija. ¿Quién sería el afortunado dueño en ese lugar? Bueno, pronto lo averiguaría.

El enorme caserón que coronaba el final del camino era tan hermoso que a Taehyung se le hizo difícil disimular su embelesamiento al bajar del auto.

–Jungkook... ¿qué es este lugar?

–¿Te gusta?

–Es hermoso... mira éste parque... y la casa es gigante... –Taehyung avanzaba con lenta admiración, deteniéndose bajo algún árbol, observando la mansión, fascinado. Jungkook lo seguía de cerca, con las manos en los bolsillos, su mirada llena de amor–. ¿De quién es todo esto?

–Tuyo. Si lo deseas.

La cara de Taehyung fue, de pronto, un himno al estupor.

–Estás bromeando...

–Puedo comprarla –admitió Jungkook, encogiéndose de hombros–. Puedo comprarte lo que quieras. Pídeme el mundo entero y te lo daré –aseguró tomándolo por la cintura, atrayéndolo hacia él.

–No necesito el mundo entero, ¡me conformo con ésta parte de él! –exclamó Taehyung, entusiasmado, mirando a su alrededor como si nada fuera real.

–Pues que bueno, porque no tenía tanto dinero...

Ambos rieron, abrazados, Taehyung tan exaltado que trepó sobre Jungkook, abrazándole la cintura con las piernas

–Te amo, te amo, te amo –repetía besándolo una y otra vez.

–¿Estarás feliz ahora?

–No...

–¿No?

–No hasta que entremos y me tomes en la habitación más bella de esta casa.

–Tal vez tenga muchas habitaciones bellas...

–Entonces... creo que es tiempo para ti de demostrar qué tanta energía te dan esos cereales que desayunas...



Sangre Sobre Hielo | KOOKTAEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora