Capítulo 20

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—Tu lista de prioridades —contesté—. Quiero saber qué hay en el primer puesto.

Habíamos vuelto a su coche porque, incluso con su chaqueta puesta, yo me estaba congelando en el parque.

El descapotable seguía aparcado en el mismo punto de la calle en el que Jason me había encontrado. Yo estaba en el asiento del copiloto y él tamborileaba con los dedos sobre el volante a pesar de que el vehículo no estaba en marcha.

Lo que obtuve como respuesta fue una carcajada. Se rio con ganas. Era la primera vez que le escuchaba reírse de verdad desde que le conocía.

—Eso es demasiado personal, Coleman —replicó.

—Pero existe, ¿no? Tu lista de prioridades, quiero decir.

Él asintió.

—Claro que existe.

—¿Y cuántas cosas hay en la lista?

—No muchas —dijo. Yo le miré enarcando una ceja con aire de reproche, ya que no me estaba dando mucha información—. Diez —confesó.

¿Diez? Eso era mucho más de lo que me esperaba. No creía que Jason tuviese tantas preocupaciones en la cabeza.

—Bueno, no me digas el número uno, pero puedes decirme otros números —sugerí.

—Eres una cabezota —se quejó él.

Lo dijo con resignación. No se estaba negando, estaba aceptando que no podía hacer nada para frenar ni curiosidad.

Sonreí.

—Vale, veamos... ¿El dos?

—El dos sigue siendo demasiado personal.

Bufé. Si yo era cabezota él lo era él lo era el doble.

—El instituto —solté de repente.

—¿Qué?

—¿En qué puesto está el instituto? Graduarte y todo eso.

Me miró unos segundos con aquellos profundos ojos azules y respiró hondo.

—Cuatro.

Yo asentí. Tenía sentido. Se había arriesgado mucho con el asunto del examen de Matemáticas para que el señor Olsen le aprobase, aunque al final todo había salido mal.

—Chicas —probé de nuevo.

Mirando al frente, se le curvaron los labios en una sonrisa.

—¿Con chicas quieres decir sexo o solamente chicas? Porque las chicas por sí solas no están en mi lista.

Noté que me ponía roja. Aquello solo lo hacía para fastidiarme.

—Vale, sexo —gruñí.

Él se rio de nuevo.

—Ocho —contestó.

—¿Ocho? —pregunté yo, atónita y segura de que no había escuchado bien.

Él agrandó su sonrisa y se volvió para mirarme.

—Ya te dije que no tenías ni idea de cuáles eran mis prioridades.

—Pero... —empecé a decir yo—. Si eso está en el ocho... ¿Cuál es el número uno?

Lo pregunté medio en serio medio en broma.

Otra vez. Volvió a reírse con ganas. Ya iban tres veces. Nunca le había visto reír tanto y, por alguna razón, me gustaba su risa, la forma en que achinaba los ojos y el modo en que mostraba todos los dientes.

Una chica malaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora