Capítulo 26

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Salimos de su cuarto apenas unos minutos después, porque me di cuenta de que ya era bastante tarde y tenía que volver a casa si no quería buscarme problemas.

Estaba abrochándome el abrigo y a punto de abrir la puerta cuando Jason llamó mi atención. Todavía sentía el frío que me había dejado en la piel su mano helada.

—Toma —me dijo—. A ver qué te parece este.

Me estaba tendiendo un disco que había cogido de su estantería. Era uno de Pink Floyd, que tenía de portada un prisma con un rayo de luz atravesándolo y convirtiéndose en un arcoíris.

Lo cogí, le di la vuelta para mirar el tracklist y luego le miré a él.

—¿Es un regalo? —pregunté.

¿Jason Reed regalándome algo? No podía ser. Aunque, pensándolo bien, ya me había regalado su otro disco, el de Black Sabbath.

Él me sonrió un poco.

—No —dijo—. Este todavía no me lo sé de memoria, así que tendrás que devolvérmelo. Además, no es como si no tuvieses suficiente dinero para comprarte tus propios discos —añadió, haciendo que su sonrisa adquiriese un tinte mordaz.

Solté una risa sarcástica.

—Muy gracioso, Reed —dije, poniendo los ojos en blanco y abriendo la puerta para salir de la habitación.

Mientras caminábamos por el pasillo hacia la puerta me guardé el disco en uno de los bolsillos del abrigo. Cuando pasamos por delante de la puerta del salón, la madre de Jason apartó la mirada de la televisión y nos echó un vistazo.

—¿Ya habéis terminado? —inquirió.

Su forma de preguntarlo hizo que se me encendiera la cara al instante. Estaba claro que ella pensaba que habíamos hecho algo más que hablar. Estaría acostumbrada a ver desfilar a montones de chicas por su pasillo. Y seguro que la mayoría tardaban menos que yo en largarse por donde habían venido.

—Yo no... —empecé a decir, aunque no supe cómo seguir la frase.

«Se está equivocando, señora, no me he acostado con su hijo». No, la verdad es que no sonaba muy bien.

La madre de Jason suavizó un poco la expresión al ver la cara de susto que había puesto yo y me sonrió un poco. Fue a decir algo, pero Jason se le adelantó.

—Ahora vengo, mamá. Voy a llevarla a casa.

Empezó a buscar sus zapatillas en el mueble que había junto a la entrada.

—No hace falta —dije yo—. He traído la bici.

«Y si mi padre ve tu coche cerca de mi casa te matará», quise añadir, pero no podía hacerlo delante de su madre, quien en ese momento me estaba mirando con mucho interés.

Al final Jason asintió.

—Vale. Ya nos veremos por ahí, ¿no?

—Claro —contesté mientras él me abría la puerta, aunque no estaba muy segura de cómo iba a apañármelas para volver a verle.

Su madre se despidió de mí con un «hasta luego» y yo crucé el jardín para recoger mi bici, que seguía apoyada contra la verja.

El camino de vuelta se me hizo más corto que el de ida, pero aun así tardé un buen rato en volver a casa y cuando lo hice, pude ver que el coche de mi padre estaba aparcado junto a la puerta del garaje.

Fui a dejar la bici allí y luego volví a la puerta principal, que abrí con mi propia llave.

Al entrar al salón descubrí que todos se estaban preparando para empezar a cenar: mi madre y mi abuela estaban poniendo la mesa y mi padre y mi abuelo estaban sentados alrededor, mirando la televisión y manteniendo una animada conversación.

Una chica malaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora