EpÍlogo

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Mis dedos recorren el pecho de Vladimir, no digo nada a pesar que sé que él ya se ha despertado, solo dejo que mis dedos sigan recorriendo su pecho.

—Puedo saber, ¿qué estás haciendo? —me pregunta él antes de besar mi frente.

Yo detengo mi mano y levanto mi cara con una sonrisa.

Levanto mi mano antes de empezar a señalar sus pecas antes de volver a seguir el patrón de hace un momento.

—Estoy haciendo un pingüino con tus pecas. ¿No es eso obvio?

—¿Con mis pecas?

—Sí, son como pequeños puntos que hay que unir para formar la figura ganadora.

—¿Y dicha figura es un pingüino?

—Sí, porque intenté formar un gato antes y no funcionó.

Él se ríe y toma mi mano entre la suya.

—Oh, Mina, nunca dejas de sorprenderme.

—¿Me estás diciendo que nadie hizo eso con tus pecas?

Me siento en la cama para mirarlo y él niega con la cabeza.

—Solo tú, mi hermosa esposa y por eso te amo.

Antes que yo pueda decir algo, la puerta suena tres veces y ambos nos miramos con una sonrisa al saber quién es.

—Adelante. —digo antes de inclinarme hacia Vladimir para besar su mejilla. —Yo también te amo.

Veo como la puerta se abre un poco y una pequeña cabeza se asoma y nos mira con una sonrisa tierna antes de entrar en nuestra habitación. Ella corre hasta nuestra cama y su cabello castaño cae sobre su cara mientras se detiene a mi lado y me mira con sus rasgados ojos color miel y una sonrisa igual a la de Vladimir.

—¿Saben que día es hoy? —nos pregunta ella sin poder contener la emoción.

Por supuesto que nosotros sabemos que día es, ella nos lo lleva recordando desde hace dos meses. Pero a pesar de eso, Vladimir y yo nos miramos y fingimos no saber a lo que ella se refiere.

—Buenos días, Daphne. ¿Cómo amaneciste? Yo muy bien, gracias por preguntar, querida y amada hija.

Daphne hace una cara graciosa mientras se encoge de hombros antes de estirar sus brazos para que yo la ayude a subirse a nuestra cama y cuando lo hago, ella se acomoda en medio de Vladimir y yo.

Ella muy expresiva, es fácil leer sus emociones porque las lleva escrita en su cara y sus ojos.

—Buenos días, papi. —le responde ella con dulzura y besa la mejilla de Vladimir—Buenos días, mami.

Él la jala hacia sus brazos y empieza hacerle cosquillas. La risa cantarina de nuestra hija llena la habitación y veo como el ruido despierta a Max que estaba durmiendo plácidamente en una esquina de nuestra habitación, y nos dedica una mirada molesta por haberlo despertado de su placido sueño.

—Pero en serio. ¿Saben que día es hoy? —nos vuelve a preguntar ella.

Ella da pequeños saltos sobre la cama mientras espera a que nosotros respondamos.

—No, ¿qué día es, mi hermosa princesa encantada? —le pregunta Vladimir.

Ella inclina la cabeza un poco y sus ojos color miel me miran antes de poner una mano en mi vientre abultado y Daphne se ríe cuando siente al bebé patear.

Sus ojos se abren mucho por la emoción y sus labios se abre ligeramente por la sorpresa.

—¡Mami está pateando! ¿Crees que es porque está feliz de escucharme?

Daphne tiene cinco años, es una niña dulce, amable y curiosa, que hasta ahora le gusta el ballet tanto como la idea de ser doctora. Adora los cuentos de hadas y las historias con finales felices.

No puedo resistir el impulso de abrazarla y besar sus rizos castaños.

—Por supuesto que el bebé está feliz de escucharte —le respondo—. De la misma manera que yo estoy feliz de escuchar tu voz.

—Sí, eres su asombrosa hermana mayor. ¿Cómo no podría estar feliz de escucharte?

—Y hoy vamos a saber si es niño o niña. ¿No es eso emocionante, mami?

Cuando estaba embarazada de Daphne, preferimos no saber el sexo, queríamos que fuera una sorpresa, pero nuestra hija es muy curiosa e impaciente y no quiere esperar hasta que nazca el bebé para saber si será niño o niña.

—Sí, es muy emocionante cariño.

—Lo sé, mami, pero yo seguiré siendo la princesa, ¿verdad? ¿No me van a querer menos cuando nazca el bebé?

Sus ojos reflejan sus preocupaciones y no puedo evitar estirar mi mano y acariciar su cabello antes de inclinarme y besar su frente.

—Siempre serás mi princesa encantada —le responde Vladimir—. Y tanto mami como yo, vamos amarte a ti y a tu hermano o hermana igual.

Ella se acuesta cerca de Vladimir y él pasa su brazo por los pequeños hombros de nuestra hija.

—Mami. ¿Podrías, por favor, contarme aquel cuento otra vez?

—Cariño mío, se supone que los cuentos son para dormir.

—Mami, por favor.

Ella pone esos ojos de cachorro que estoy segura que Tate le enseñó a poner mientras junta sus manos sobre su pecho y me mira con un puchero muy parecido al que hacía Hailey a esa edad.

—¿Por qué no dejamos que papi cuente la historia?

Daphne, adora esa historia. Vladimir y yo le regalamos un libro ilustrado con dicha historia en su último cumpleaños y es su libro favorito y según ella, el mejor regalo que le hemos dado.

—¡Sí!

—Ya escuchaste a nuestra hija, amor. Cuenta la historia.

Vladimir me sonríe antes de poner su mano sobre mi vientre y asentir lentamente mientras gesticula un te amo en mi dirección.

Yo me recuesto contra el espaldar de la cama, con la mano de Vladimir sobre mi vientre y la mano de Daphne entre las mías.

—Érase una vez, en un reino no tan lejano, una hermosa Cenicienta sin corona y un Caballero sin la brillante armadura...

Y aunque esto se siente como un final, sé que no lo es, porque aún nos quedan muchas historias por contar. 

Una cenicienta sin corona ✔Where stories live. Discover now