NUEVE

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NUEVE


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❝𝑻𝒉𝒆 𝒄𝒓𝒂𝒛𝒚 𝒅𝒂𝒚𝒔, 𝒄𝒊𝒕𝒚 𝒍𝒊𝒈𝒉𝒕𝒔, 𝒕𝒉𝒆 𝒘𝒂𝒚 𝒚𝒐𝒖'𝒅 𝒑𝒍𝒂𝒚 𝒘𝒊𝒕𝒉 𝒎𝒆 𝒍𝒊𝒌𝒆 𝒂 𝒄𝒉𝒊𝒍𝒅❞

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La primera y última vez que Annie y yo tuvimos una pelea real, fue a causa de Finnick.

Nos hicimos amigas prácticamente al nacer; nuestras madres crecieron siendo vecinas y criándose como hermanas, haciendo todo juntas. La tía Cissy siempre fue una mujer vivaz, con una cabellera llameante como a reflejo de su apabullante personalidad, y se aseguró, con particular ímpetu, de que su hija y yo compartiéramos un vínculo tan cercano como el que tenían ella y mi madre. Triunfó a tal grado, que la primera palabra que Annie pronunció fue mi nombre.

Desde entonces, era tan común pasar tiempo juntas, que en nuestros respectivos hogares había una cama dispuesta para la otra, a fin de facilitar las improvisadas estancias nocturnas. Aprendimos a caminar, tomadas de la mano; a nadar, sujetándonos firmemente la una de la otra, en el vaivén de las olas; y a amar, siguiendo el ejemplo de nuestras madres, jurándonos lealtad eterna.

A decir verdad, durante muchos años hicimos un trabajo excepcional.

Hasta que apareció Finnick.

Annie y yo nos habíamos encerrado tanto en la fantasía de nuestra amistad, que ni siquiera nos habíamos molestado en mirar más allá. Además, por sorprendente que parezca, fui una niña tímida y retraída, que no disfrutaba particularmente del resto de las cosas que hacían felices a mis compañeras del colegio. Annie, por el contrario, siempre fue una estrella, como la tía Cissy; reclamando atención y adorando la certeza de que podía recibirla a donde fuera. Constantemente tuve la impresión de que podría haber sido la adoración del Distrito entero, si no me hubiera tenido a su lado para retrasarla y la aprecié todavía más, al comprender que se limitaba a sí misma para no hacerme sufrir.

Por eso fue una sorpresa para todos, Annie incluida, cuando me las arreglé para deslumbrar a Finnick Odair. La verdad sea dicha, tampoco tuve que hacer mucho y ciertamente, jamás habría imaginado que el puntapié que le propiné en la pantorrilla calificaría como un motivo suficiente para provocar su interés. Pero, el daño estaba hecho y desde ese instante, podía sentirle mirándome en todos los espacios que compartíamos juntos.

Aunque le tomó lo suficiente para permitir que Finnick y yo nos hiciéramos cómplices en nuestro vaivén, Annie se percató de la situación y decidió que seríamos mejores amigos, para siempre. Las largas tardes, arropados por el cobijo del océano y el calor de la arena bajo nuestros pies, fueron nuestro jardín de juegos. Lucíamos radiantes, ajenos a la latente amenaza de ser arrojados en unos Juegos mucho más peligrosos.

Hasta que la amenaza nos alcanzó.

Cuando Finnick fue elegido Tributo, no pude evitar tomármelo personal. Después, tras su Victoria, Snow se aseguró de hacerlo genuinamente personal, al cosecharme a mí. Y aunque, igual que Finnick, conseguí sobrevivir a los Juegos, el triunfo público no bastó para subsanar la pérdida del resto de mi vida.

En mi infancia, mi madre solía aseverar que yo era la niña más hermosa de todo el Distrito, y que mi belleza me colmaría de bendiciones, tan pronto aprendiera a servirme de ella. Para ser justa, mi madre no tenía la menor idea de que su pequeña sería Vencedora en unos Juegos del Hambre, ni de la condena que mi atractivo iba a suponerme cuando ganara. Y, si bien inadecuado para una infante, el consejo me persiguió de cerca, acompañándome incluso después de que ella decidiera abandonarme.

Aetherius |Finnick Odair Fanfiction|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora