4. Su majestad

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—Dios, cada año son más guapos —murmuró Victoria.

No podía despegar mi vista de ellos, realmente eran un espectáculo a la vista, yo ya los había conocido a todos por separado y me habían parecido de los más bellos, pero juntos, eran un festín para las hormonas.

—¡Espera! —desvié la vista de golpe para fijarla en las chicas—. Creí que habían dicho que eran cinco, pero yo solo veo cuatro.

—Falta el príncipe de Grecia —dijo Elisa sin darle mucha importancia—. Todavía no ha llegado, se rumorea que tuvo problemas con su familia y que no quería venir, pero que igual lo habían convencido de que volviera, llega hoy en la tarde.

—Y acaso tenemos una acosadora entre nosotras que sabes todo su itinerario —la molesta Mercedes.

—No soy ninguna acosadora es solo que me tocó historia con su club de fans y era escucharlas a ellas o al profesor hablar de su divorcio, me fui por el peor mal de todos —se encogió de hombros.

Por mi parte volví a dirigir mi mirada a donde se encontraban estos chicos. Solo faltaba uno de ellos, y ya sabía que iba a ser igual de guapo que el resto de ellos.

Tuve que desviar la mirada cuando noté cuatro pares de ojos mirándome, los chicos tenían su mirada clavada en mí y si no quería ponerme aún más roja de lo que ya estaba, sería mejor que apartara la mirada.

Comí rápidamente y dejé la bandeja donde se dejaban y me fui a mi dormitorio, por lo visto tenía una hora antes de mi siguiente clase y no me apetecía socializar con nadie de momento, así que pretendía ir a leer algo.

Busqué en el cajón de mi cómoda el libro que estaba leyendo ahora, puse un cronómetro en mi celular, no quería llegar tarde a mi clase, y fui a los jardines traseros a leer.

Encontré una banca entre los arbustos y me dediqué a mi libro. No habían pasado ni diez minutos cuando sentí que alguien se me acercaba.

—Estoy harto de este maldito internado, de este maldito pacto, ¡de todo joder! —no reconocía la voz, pero tampoco es como que conociera la voz de alguien de acá.

Me debatí en ir a ver si el chico quería ayuda o quedarme leyendo, ignorando su odio a la vida, pero al final me incliné por ir a ayudarlo, sería mi buena acción del día. Cuando salí de mi pequeño escondite lo vi pegándole a unos arbustos, dándome la espalda

—No estoy segura de que te tiene de tan mal humor, pero puedo asegurar que los arbustos no te han hecho nada —traté de acercarme a él, pero apenas me escuchó se puso tenso.

—No sé quién eres, pero te aseguro que no quieres problemas conmigo, así que por qué no mejor te vas —me sugirió amablemente, nótese el sarcasmo.

—No te equivoques amigo, yo llegué primero y no recuerdo molestar a nadie con mi lectura.

Se giró de golpe y juro por Dios, no, no puedo jurar por Dios. Juro por Lucifer que tuve un orgasmo visual con tal espécimen.

¿Acaso era requerimiento de admisión tener una belleza sobrenatural? Porque estoy segura de que yo no califico.

—¿Quién eres? —me gritó.

—Soy nueva y hasta donde yo sé no he hecho nada para que me trates mal.

Quizás no se encuentre en el mejor momento de su vida, después de todo estaba luchando con arbustos. Pero eso no le da derecho a que me trate mal, ni a gritarme.

—Nueva —sentí que sufría con esas palabras, ¿tan malo era que fuera nueva?—. Por favor mantente alejada —prácticamente me rogó.

—De nuevo, yo llegué primero, si tanto te molesta mi presencia pues retírate —le hice señas al camino por donde había llegado para que se retirara.

Besos de una mentiraWhere stories live. Discover now