25. Sal, tequila y limón

632 53 10
                                    

Lo miré incrédula ¿yo? ¿yo era su obsesión? Había un centenar de alumnas en este internado y varias eran mucho más atractivas que yo, pero ¿yo era su obsesión?

—Luces sorprendida.

—Es que lo estoy. ¿Por qué me dices eso?

—No me parecía prudente mentir, además no me puedes negar que yo también fui tu obsesión.

—No, no lo fuiste —o al menos no solo. Mi cabeza estaba siendo consumida por cinco chicos, uno de los cuales me estaba esperando afuera.

—Sé que sí lo fui, pero por ahora y porque te ves algo alterada, te voy a dejar ir como mentirosa —empezó a alejarse de mí—. Pero la próxima vez no vas a correr con la misma suerte.

No sabía que responderle así que lo dejé irse son más. No le había mentido, pero él decía que sí. ¿Qué sabía él de lo que yo pensaba? Sí, me había llamado mucho la atención aquel italiano que me salvó de hacer el ridículo en mis primeras horas en el internado, pero no había sido tanto como para llamarlo una obsesión, además, si ese fuese el caso, entonces también me hubiese obsesionado con los miembros restantes de La Realeza, aunque no estaba tan lejos de llegar a eso.

No me detuve a pensar más en eso, tenía que ir con Eros, él me seguía esperando afuera. Salí de la cabaña, no sin antes pasar a donde Ramón y tomarme un shot de tequila, necesitaba algo de valor líquido.

Salí y con la mirada busqué a Eros, pero no lo encontraba, así que me metí en el gentío para ver si así lo encontraba, pero un par de minutos después, minutos en los que seguía sin encontrarlo, me di por vencida y simplemente me dediqué a bailar. No iba a desperdiciar la fiesta buscando a alguien, me daba lo mismo quien fuera.

Bailé un par de canciones con las chicas que estaban a mi alrededor y con las cuales compartía en algunas clases.

No fue mucho después que en mi rango de visión aparecieron los últimos dos miembros de La Realeza que todavía no veía en la noche.

Alek y Phillipe iban juntos, cada uno tenía un vaso con algo para beber, pero sus disfraces eran distintos. Alek iba de una versión sencilla de jugador de rugby, tenía la camiseta con el número 5 y de, supongo, algún equipo, además de esos pantaloncillos ajustados que llevaba que no hacían más que resaltar su perfecto trasero.

Philippe, por otro lado, iba de algo más ligero. Iba de beisbolista, con pantalones grises, una camiseta blanca y por sobre ella una camisa blanca con rojo, además de unos calcetines largos, a juego con la camisa y una gorra roja.

No voy a mentir, separados se veían ardientes, pero juntos ¡Dios se apiade de mi mente impura! Mis hormonas eran más que conscientes del espectáculo que tenía enfrente mío y que de hecho, se dirigían a mí.

¡Mierda! ¡Se dirigen hacia mí!

Sé que no es nada grave que estén juntos, son amigos, viven juntos, pero que viniesen los dos juntos hacia mí no podía ser nada bueno, no para mí.

—Hola Dorian —saludó Alek, evitando el apodo que me había dado.

—Hola chicos. ¿Cómo están? —traté de sonar lo más tranquila posible, pero ellos me tenían bastante nerviosa.

—Todo va de lo más bien, disfrutando de la fiesta —respondió Philippe mirando a su alrededor y luego volviendo su vista a mí—. ¿Estás disfrutando la fiesta tú?

—¡Oh si! La música está genial, la compañía está genial...

—Me alegra que estes disfrutando, con Philippe vamos a entrar a rellenar nuestros tragos. ¿Nos acompañas? —me ofreció Alek.

Besos de una mentiraWhere stories live. Discover now