※ Epílogo

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El relato de un cachorro que huyó de los infiernos,

y de un alfa de corazón puro que se atrevió a dejarlo todo atrás con tal de salvarlo...

De salvarlos a ambos.

En un mundo caótico, donde los billetes valen más que la calidad humana y los seres vistos como inferiores no valen nada;

donde la piel pesa más que el alma e incierto es el destino de aquellos que buscan su propia libertad.

Tres noches se desvanecieron en la tersura de su piel, fina y delicada al igual que la porcelana; infinitas estrellas murieron en el azabache de su pelo ondulado, y en su rostro sereno, ni una sombra de preocupación se asomaba.

Tres días cayeron bajo sus largas pestañas; no hubo rayo de sol que no se detuviera a palpar el rojo de sus labios, o el salmón de sus mejillas; ni nube que no admirara su inigualable belleza desde la inmensidad del celeste cielo.

A simple vista parecía haber quedado atrapado en un sueño eterno y pleno del que ningún mortal desearía despertar jamás; luciendo imperturbable, e ignorante a la despiadada realidad; con las facciones relajadas y tan profundamente dormido que daba a surgir la duda de si despertaría una nueva vez.

Algo intervino en medio de su letargo, lento e inesperado. Poco a poco luchó por llegar a ello, batallando con cada uno de sus sentidos para ganarle a la inconsciencia...

Un aroma.

Fuerte, fragante, protector.

Ese perfume embriagador en el que anhelaba empapar su propia piel; tan reconfortante, tan distintivo.

Ansió colmar sus pulmones de forma codiciosa.

Verse cubierto enteramente en él.

Y cuando la imagen de unos brillantes colmillos blancos apareció ante sus ojos, lo recordó.

A su adorado alfa, y su infatigable anhelo por recuperar ese refugio abrasador que se le había arrebatado despiadadamente.

Al igual que las nubes de vaho que escapan de las bocas de los mortales durante el pálido invierno, ese sueño que creyó interminable se esfumó en el fulgor del día.

Y al cuarto amanecer, el omega despertó.

Se encontró desorientado, repleto de lagunas, con el cuerpo entumecido, pero de inmediato un alivio sosegador lo envolvió, al percatarse de que finalmente se hallaba en casa; que la figura borrosa que lo observaba desde el otro extremo de la habitación no tardó en hacerse nítida y revelar el rostro de su alma gemela.

Lo abrazó tan fuerte, tan cerca como sus delgados brazos se lo permitieron; se llenó de él, de ese olor que percibía enteramente propio, de sus besos sedientos, del calor reconfortante, y luego lloró.

Hasta que la profunda tristeza fue drenada de sus ojos por completo.

Hasta que el lacerante vacío que cargaba en el pecho se tornó imperceptible.

Hasta estar seguro de que realmente había regresado a los brazos de su alfa.

Las manos grandes no tardaron en hallar lugar sobre su estómago, aún plano y desapercibido, regalándole esas dulces caricias que siempre lograban reconfortarlo de una manera casi milagrosa. Fue incapaz de entender las palabras que fueron susurradas a sus oídos al verse tan absorto en el mágico toque y la ansiada cercanía.

Sólo supo que aquella atroz pesadilla al fin había terminado.

Estaba seguro junto a su alfa y el diminuto cachorro que crecía lentamente en sus entrañas.

El aroma de un Omega  [ZIAM]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt