Capítulo 29.- La forense

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Martha es especial. Suele trabajar como experta para el bufete, aunque no lo hace directamente. Le pagamos por cada caso y esta vez está saliendo de mi bolsillo, pero no me importa, merece la pena. En cuanto entramos en la sala destinada para su trabajo, debajo de la comisaría de policía, la veo canturreando y pasando de una víctima a otra. Pool está junto a las chicas.

A simple vista, y aunque no me gusta desprestigiar a la gente, diría que parece una loca. Lleva unas gafas de concha que hacen sus ojos enormes tras ellas, el pelo lleno de cuentas de colores y generalmente bastante enredado, y está algo pasada de kilos, aunque se mueve por mucha gracia. De hecho, actúa como si llevara el traje más caro del mundo y agita el culo con garbo, pese a que lleva un traje de forense blanco, con una bata encima y otra de plástico cruzada por delante. También se ha puesto una visera con una protección plástica, aunque no sé muy bien por qué. Estos cuerpos no deben soltar ya ningún fluido, salvo Pool, quizá, pero está a un lado, apartado de las chicas.

Jimmy mira a la forense con cara de estar alucinando, pero su mirada enseguida se centra en el cadáver de su hermana y el dolor deforma sus rasgos. Yo también miro el pelo negro de Christal y sus rasgos desnaturalizados por los golpes y los cortes. Apenas se parece a la chica sonriente de las fotos.

―¡Me habéis dado un susto de muerte! ―nos acusa Martha, aunque nos mira sin más, sin hacer aspavientos ni nada. Luego se ríe ella sola de su chiste.

Quizá, y sin querer faltarle al respeto, sí que está un poco loca. Tratar con muertos a diario tiene que trastornar a cualquiera. Yo siento que me estoy perdiendo en la locura y no he visto ni una mínima parte de lo que ha visto ella, seguro.

―Hola, Martha.

―No, no, no, Ada, nada de civiles y lo sabes.

―Yo soy civil. ―Me veo en la necesidad de recordárselo, mientras ella sigue negando con la cabeza sin quitar la vista de Jimmy―. Es importante, Martha, por favor. No dirá nada.

Chasquea la lengua varias veces, pero acaba cediendo. Aunque parece poco conforme aún. Le mira de reojo un par de veces, mientras se quita la protección de plástico y la deja sobre una mesa a un lado con mucho cuidado. Puede estar un poco ida o no, pero es muy buena en lo suyo, y muy concienzuda.

―¿A cuál se tiraba? ―pregunta, señalando a Jimmy.

―La morena es su hermana. ―Indico el cuerpo de Christal con un gesto y el rostro grande y bonachón de Martha se llena de pena.

―Lo siento mucho ―le dice.

―No importa. ¿Puedes ayudarnos?

En el coche de camino aquí le he hablado de lo buena que es Martha y me parece que confía mucho en mi palabra. O quizá es que cala bien a las personas y se ha dado cuenta de que digo la verdad. Creo que a Jimmy en general se le da bien la gente. Al menos parece saber rodearse bien.

―El asesino está aprendiendo. A la primera víctima la mató casi al principio de su tortura, la quinta aguantó viva hasta el final.

Jimmy aprieta los puños y yo rodeo con mi mano este. Afloja el agarre enseguida y deja que mis dedos se entrelacen con los suyos. Martha registra nuestra interacción, porque es muy lista, pero le hago un gesto para que siga.

―Dilo crudo, como sea, no lo endulces ―le pide Jimmy, cuando ella guarda silencio como si no supiera cómo seguir―. Prefiero oír la verdad.

―Está bien. ―Martha asiente y sigue con sus deducciones, es muy buena con ello, por eso la llamé para que me ayudase―. Ha ido convirtiendo sus asesinatos en arte, o eso piensa. Son como esculturas vivas. Y quiere que ellas estén vivas y que sufran. Diría que odia muchísimo a las mujeres. No me extrañaría si consiguiera perfeccionar su técnica hasta conseguir que las muchachas aguantasen vivas hasta que alguien las encuentre. Es repugnante, está loco y se merece que le hagan pedacitos vivo para que sepa lo que estas niñas sufrieron.

El fuego no siempre quemaWhere stories live. Discover now