Epílogo

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―¡Llegas tarde, jefa! ―me grita Garret desde fuera.

Pongo los ojos en blanco, pero me quito las gafas de leer y cierro el informe antes de apagar el ordenador. Me he entretenido trabajando y es verdad que voy tarde. Lo dejo todo recogido, dentro de lo que mi desorden lo permite y salgo fuera. Garret está en su escritorio y no hay nadie más.

Es algo así como mi secretario, aunque se ha autoasignado el trabajo. No es que yo lo rechazase, al contrario, en cuanto me dijo que necesitaba hacer algo para no volverse loco, estuve encantada con su ayuda. Entiendo la necesidad de trabajar. No lo hace por dinero, porque tiene cien veces más que yo y no es que pueda pagarle mucho (ni ganar mucho yo misma), pero necesita ayudar y estar ocupado. Y yo también. Así que es una simbiosis perfecta.

―Le he comprado donuts, seguro que lo agradece ―bromea, pero señala la caja―. Vigilaré el fuerte hasta que vuelvas.

Me inclino sobre el escritorio para darle un beso en la frente y cojo los dónuts y la bandeja con cafés antes de salir. No llego hasta mi Mercedes blanco antes de que Fred me intercepte.

Resoplo y le esquivo para ir a mi coche. Sé lo que va a decirme y no tengo interés en prestar declaración. Pese a todo me alcanza y me abre la puerta del copiloto para que pueda dejar el desayuno.

―Hoy soltaban a Marcus Wallace ―me dice, como si estuviera hablando del tiempo.

Dos años es lo que cuesta secuestrar, torturar, violar y matar a, al menos, una docena de chicas, si tienes los medios y la inteligencia de Marcus Wallace.

―El sistema está fatal ―le digo a Fred, cerrando la puerta del copiloto y rodeando el coche.

Jimmy me dejó las llaves de su todoterreno, pero no me veo conduciendo una cosa tan grande. Me gusta mi coche. Y ahora, como siempre tengo a alguien del club cerca aunque no quiera, da menos problemas que antes. Hay un par de aficionados al motor que lo han puesto a punto.

―No le han soltado. Porque uno de los Bianchi le ha matado.

―Horrible ―aseguro, aunque un estremecimiento real me recorre la columna.

Supongo que al final me he vuelto una pandillera revanchista como Jimmy, pero no podía dejar que Marcus Wallace hiciera daño a nadie más.

―¿Has tenido algo que ver, Ada?

―¿Crees que tengo mano en todas las mafias del mundo?

―Los representas.

―A los líderes y que yo sepa no están en la cárcel.

―Aún ―musita Fred muy bajito―. ¿No les has pedido nada, entonces? Son gente peligrosa, Ada.

―Jamás se me ocurriría pedirle nada a la mafia, Fred. Pero gracias por preocuparte por mí de forma exagerada. Si me disculpas, llego tarde.

Se aparta para que pueda subir al coche y arranco sin mirarle más. No quiero pensar en ello. Es horrible, pero lo que Marcus ha tenido puede considerarse karma. Puede que yo hablase con los Bianchi, pero eso es otro tema, claro. A fin de cuentas, son mis representados, no es raro que hablemos de otras cosas...

Agito la cabeza y conduzco tratando de no pensar en ello. He montado una pequeña consulta legal y tengo otras muchas cosas a las que darle vueltas. Estamos en el barrio, cerca del club. Atendemos a todo el que viene, tengan dinero o no. A veces nos cuesta dinero y es desesperante, pero jamás pensé que hubiera tanta gente con tantas necesidades, grandes y pequeñas. La mayoría ni siquiera conocen sus derechos, ni entienden las cosas legales con las que tratamos todos los días. No es la fiscalía, pero me satisface más de lo que esta lo hubiera hecho.

El fuego no siempre quemaWhere stories live. Discover now