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después de tanto tiempo viviendo en Nueva York.

―Claro ―dijo el anciano―. No voy a dejarte aquí en mitad de la noche y con una tormenta. He oído que empeorará durante la próxima hora. ¿A dónde vas exactamente?

Liam se vio superado por la gratitud.

―Al número quince de West Street.

El hombre ladeó la cabeza con curiosidad.
―¿Al número quince de West Street? ¿A esa casa vieja y destartalada?

―Sí ―dijo liam―. Pertenece a mi familia. Necesitaba algo de tranquilidad y tiempo a solas.

El anciano sacudió la cabeza.
―No puedo dejarte allí. Esa casa se cae a pedazos; dudo que no esté llena de goteras. ¿Por qué no vienes a la mía? Mi esposa Bertha y yo vivimos encima de la tienda, y sería un placer contar contigo como invitado.
―Eso es muy amable de su parte ―respondió Liam ―. Pero lo que realmente quiero ahora mismo es estar solo. Así que, si pudiera remolcarme hasta West Street, lo apreciaría mucho.

El anciano lo miró durante un momento antes de ceder.
―De acuerdo,Si insistes.

Liam sintió una enorme sensación de alivio cuando el hombre volvió a meterse en su camioneta y llevó el vehículo hasta delante del suyo, y se quedó mirando cómo sacaba una gruesa cuerda de la parte trasera y la ataba a ambos coches.
―¿Quieres ir en la camioneta conmigo? ―le preguntó el anciano―. Al menos tengo calefacción.
Liam sonrió a duras penas pero negó con la cabeza.
―Preferiría…

―Estar solo ―acabó el hombre por ella―. Lo entiendo. Lo entiendo.

Liam  volvió a subirse a su coche, preguntándose qué clase de impresión debía de haber dejado en el anciano. El hombre debía de pensar que estaba un poco loco apareciendo a medianoche de aquel modo, nada preparado y sin contar con la ropa adecuada para aquel clima cuando había una nevada en ciernes, exigiendo además que lo llevasen a una casa destrozada y abandonada para poder estar completamente a solas.La camioneta cobró vida y notó cómo tiraba de su coche, remolcándolo, así que se puso cómodo en su asiento y miró por la ventanilla mientras avanzaban.
La carretera que cubría el último kilómetro de su viaje tenía el parque nacional a un lado y el océano al otro, y Liam llegó a ver el mar y las olas rompiendo contra las rocas a través de la oscuridad y la cortina de nieve que seguía cayendo. Más allá el océano desaparecía de la vista a medida que se adentraban en el pueblo, pasando de largo junto a hoteles y moteles, compañías de tours en barco y campos de golf, sobrepasando las zonas más edificadas, aunque para liam no le parecía que hubiese demasiado en comparación con Nueva York.
Y entonces entraron en West Street y el corazón le dio un vuelco cuando pasaron junto a la gran casa de ladrillos rojos y cubierta de hiedra de la esquina. Tenía exactamente el mismo aspecto que había tenido la última vez que había estado allí, veinte años atrás. Pasaron junto a la casa azul, la casa amarilla y la blanca, y Liam se mordió el labio a sabiendas de que la siguiente sería la suya, la casa de losas grises.
En cuanto apareció frente a el lo sacudió una sobrecogedora sensación de nostalgia. La última vez que había estado allí había tenido quince años y el cuerpo inundado de hormonas ante la perspectiva de un romance veraniego. Nunca había llegado a tenerlo, pero recordaba cómo la había golpeado la emoción ante aquella simple posibilidad.
La camioneta se detuvo y su coche hizo otro tanto.
Los neumáticos ni siquiera habían dejado de girar cuando salió del coche, deteniéndose sin aliento frente a la casa que en una ocasión había pertenecido a su padre. Le temblaban las piernas, y no sabía si era de alivio por haber llegado al fin o de emoción al volver tras tantos años. Pero aunque el resto de las casas de la calle no parecían haber cambiado, la de su padre no era más que una sombra de su antigua gloria. Las contraventanas, blancas en una ocasión, estaban ahora llenas de polvo y cerradas en lugar de abiertas, haciendo que la casa pareciera menos acogedora de lo que solía ser. La hierba del amplio jardín en el que había pasado días de verano eternos leyendo novelas estaba sorprendentemente bien cuidada, y los pequeños setos a ambos lados de la puerta principal se veían podados, pero la casa en sí… Ahora entendía la expresión sorprendida del anciano cuando le había dicho que era allí a donde se dirigía. Parecía tan descuidada, tan poco querida y cayendo en el abandono. Le entristeció ver lo mucho que había decaído aquella preciosa casa antigua a lo largo de los años.

Por Ahora Y Para Siempre [ Ziam ] Adaptación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora