Difícil

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Tony casi se ahoga con el vino cuando aquella pregunta fue formulada. Tosió y escupió un poco sobre la mesa sin querer. Steve le sirvió un vaso de agua y secó con un paño la superficie de la mesa. No dijo nada, no repitió su pregunta y Tony demoró su respuesta tomando agua y tosiendo un poco más. A decir verdad, había temido esa pregunta desde siempre, sin importar quién pudiera hacérsela; pero cuando conoció a Steve y dio cuenta de su amor por él, era precisamente de él de quién más temía ese cuestionamiento.

Miró de soslayo a su rubio vecino y se limpió los labios con la servilleta. Como si se tratara de una maldición, la herida en su cuello comenzó a escocerle. Simplemente, se dijo, se había hecho consciente de ella una vez más, como los primeros días en la que la tuvo.

El dolor de ese día seguía haciendo eco en su piel: el desgarré de su carne y el sonido ahogado de su propia voz; aun podía ver la sangre que por varios días impregnó el cuello de sus camisas. Aquella era una herida que no sanaba. Aquella que solían llamar la dulce herida, pero que para él no lo había sido, para nada. Sin embargo, era algo que no podía permitirse expresar con total libertad, no porque no pudiera hacerlo, sino por las consecuencias que eso podría conllevar. Sin entrar en dramatismos, abrirse con alguien sobre su pasado no era sencillo y menos cuando ese alguien era un alfa tan especial como Steve. No, no podía, era vergonzoso.

—Él... vive en otro país —dijo lentamente, cuando se dio cuenta que ya no tenía salida y que Steve no planeaba cambiar de tema. Tampoco quería ser demasiado obvio evitando el tema —... por trabajo.

Steve le miró un momento de tal manera que Tony creyó que lo estaba analizando, como si pudiera atrapar con esa mirada la verosimilitud de su paupérrimo relato.

—Ya veo...—dijo Steve, hizo una pausa y, luego, preguntó —: ¿Por qué no se los llevó con él?

—Porque... era más fácil así.

Steve volvió a hacer una pausa, pensativo, dubitativo más bien, sobre si continuar aquel tema o no. La sola reacción de Tony ante la pregunta le había dicho mucho más que las propias palabras del castaño. Aun así, se arriesgó.

—¿En serio? —preguntó —. Me parece extraño.

—¿Por qué?

—Bueno, es un poco raro que un alfa pueda soportar la distancia por mucho tiempo con su pareja, más aún si tiene un cachorro. Simplemente, no tener certeza de su seguridad es asfixiante.

Tony desvió la vista por un segundo.

—Tal vez, para alfas como tú.

—Pero la distancia, ¿no afecta también al omega? Eso es lo que siempre se dice. ¿Estás bien con que él esté lejos?

—Sí —dijo Tony, aunque en el fondo no podía evitar los efectos del lazo y, en ocasiones, se sintiera más que sólo mal.

Steve iba preguntar más, ya que estaba en ello. De alguna manera ya no era sólo curiosidad, algo en el comportamiento de Tony llamaba poderosamente su atención y prendía sus alertas internas. Pero, justo cuando tomó aire para ello, bajo el marco de la puerta, aparecieron Peter y James.

—¡Tengo hambre, papá! —dijo James —¿Ya vamos a cenar?

—Yo también tengo hambre —dijo Peter.

—Sí, ya está listo. Vayan a lavarse las manos —contestó Steve.

Los niños exclamaron su júbilo y corrieron al baño. Tony se levantó de su asiento y fue tras ellos.

—Iré a asegurarme que lo hacen de verdad —dijo y huyó.

Steve se resignó a dejar el tema por esa noche y tras un suspiro, puso la mesa.

Segunda oportunidadWhere stories live. Discover now