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El psiquiátrico de noche es bastante terrorífico. No se escucha nada, tan solo el sonido del viento golpeando con sus escurridizos dedos las ventanas, y algún paciente nervioso que busca la atención de los psicólogos haciendo chocar sus nudillos contra la pared. Es mejor dormir hasta que la luz del sol se cuele bajo tus ojos y los obligue a abrirse, sabiéndose seguros, fuera de los misteriosos entresijos que teje la oscuridad. Eso es precisamente lo que me gustaría hacer a mí, pero no puedo. Por culpa de Flavio. Han pasado quince días desde que Nia logró salir al exterior sin sufrir un ataque de pánico. Ahora se dedica a practicar todo lo que puede por las inmediaciones del psiquiátrico para poder pasar su primer fin de semana fuera. Por esa razón, suelo estar más sola que de costumbre en mi cuarto. Hoy, cuando entré a mi habitación después de la cena, encontré una nota sobre la cama. Reconocí la cuidadosa caligrafía de Flavio en seguida, y una sonrisa boba asomó a mis labios mientras leía su carta entre susurros:

"Querida, queridísima Sam:
Se acercan las vacaciones de Navidad y pensar que no voy a tener el placer de ver tu cara todos los días hace que me sienta inquieto y que escriba estas ñoñadas. Lo sé, estarás pensando que soy un cursi, un idiota o ambas cosas. Pero sabiendo que Nia está muy ocupada explorando cada centímetro del psiquiátrico bajo el sol, que Maialen solo tiene ojos para Gèrard y que Gèrard finge no darse cuenta, se me ha ocurrido una idea. Una idea de mi autoría, no de la del otro Flavio. Ya sabes que sigo
con la medicación, pero quería dejar constancia. El caso es que hace unos días, trasteando por el psiquiátrico, descubrí un sitio espectacular. Y quiero enseñártelo. Como habrás adivinado, no es apto para todos los públicos. Concretamente, para ningún paciente. Pero esta vez será mucho más fácil colarnos que cuando nos escapamos de aquí. Quería huir, perderme una noche por ahí contigo. Sin embargo, no era yo. Así que ahora quiero compensártelo. Quiero pasar unas horas a solas, los dos, siendo plenamente consciente de lo que digo y hago. Si a ti también te apetece, reúnete conmigo en el pasillo izquierdo de la última planta, a medianoche. Las doce, vamos, pero decir medianoche queda más poético.
Con cariño y música clásica,
Flavio."

¿Cómo podría haberme resistido a algo así? Esto es romanticismo, y no lo de Romeo y Julieta. Después de leer la nota, releerla otra vez y volver a hacerlo tres veces más, apenas puedo concentrarme en nada más. Dedico el resto de la noche a escuchar música, mirar al vacío frente a los libros de Biología (se acercan los exámenes y debería empezar a ponerme en serio ya) y a elegir mis mejores galas para impresionar a Flavio. "Qué tontería", me susurra una vocecilla en mi mente que no reconocía por su tinte amable. No necesitas impresionar a nadie con tu físico, las mentes atraen mucho más. Y las que después de años dormidas empiezan a despertarse, ni te cuento. Así que tras convencer a Nia de que no tenía ni idea de a dónde iba, prometer contarle detalles jugosos a mi vuelta y formar un cuerpo humano hecho de almohadas para esconderlo bajo mis sábanas y darme una coartada en caso de que a algún guardia se le ocurriera inspeccionar las habitaciones, me preparé. Me calcé unas deportivas, un vestido a cuadros de Nia y me dejé el pelo suelto. Y aquí estoy ahora, apoyada contra la pared, esperando a Flavio e intentando no cagarme de miedo con la oscuridad que me rodea. Escucho, de pronto, unos pasos procedentes de las escaleras. Tranquila, me susurra mi mente, solo puede ser él. Aun así, me pego más a la pared y contengo la respiración. Sin embargo, cuando veo aparecer la oscura cabellera de Flavio, me relajo de inmediato.
—¡Casi me matas del susto! —siseo, despegándome de la pared. Flavio se para frente a mí y sonríe, apartándose el pelo de la frente.
—Son las doce en punto, no es mi culpa que seas excesivamente puntual y hayas tenido que esperar un poco.
Refunfuño por lo bajo algún que otro insulto y finjo que me enfado hasta que Flavio me coge por la cintura y me besa en la frente. Jamás un acto tan simple como este me había hecho sentir tan protegida.
—¿A dónde vamos? —le pregunto, con la respiración acelerada. Tengo la sensación de que los latidos de mi corazón se están escuchando por todo el psiquiátrico.
—Es una sorpresa. Sígueme. —Flavio, tan enigmático como siempre, me coge de la
mano y echamos a andar.
—Espera. ¿No salimos fuera? —susurro, desorientada, al comprobar que no bajamos las escaleras de nuevo, sino que continuamos caminando por el pasillo.
—No exactamente.
Decido cerrar la boca y seguirle a través de la oscuridad que nos envuelve. No es una tarea fácil y tropiezo un par de veces, pero Flavio parece saber bien a dónde vamos,
porque no vacila en ningún momento. Sus pasos son firmes, al igual que su actitud cuando se detiene al final del pasillo ante una puerta de metal azulada. Nunca la había visto, jamás me había preocupado por recorrer todos los rincones del centro.
—Ya hemos llegado —anuncia, triunfal. Sus blancos dientes iluminan por un momento el espacio que nos separa.
—¿Me has traído a ver una puerta? —Me muestro estupefacta y arrugo la nariz cuando la sonrisa de Flavio me deja entrever que no tengo ni idea de cuál es su plan.
—Respuesta incorrecta. Te he traído para que veas lo que hay detrás.
Rebusca algo en uno de sus bolsillos hasta que encuentra una llave plateada que hace oscilar frente a mis ojos antes de meterla en la cerradura. La puerta se abre y Flavio la sujeta para que pase. Frente a nosotros, hay unas estrechas escaleras que suben hasta el techo, donde parece haber una trampilla.
¿A dónde me lleva este tío? ¿No podríamos haber ido al cine o a pasear? Antes de que pueda abrir la boca para preguntarle, Flavio toma la iniciativa y comienza a subir por la escalera, peldaño a peldaño. Yo no tardo en seguirlo, estoy tan concentrada en mantener la mente en blanco que ni siquiera me doy cuenta de que ya he llegado al último escalón. Me sirvo de la mano que Flavio me tiende para dar el último empujón y terminar de subir, hasta que mis pies pisan tierra firme de nuevo.
—¿Qué demonios…? —inquiero, consiguiendo por fin apartarme el pelo de la cara para ver de nuevo.
Y veo. Joder, veo.
Estamos en la azotea del psiquiátrico. Un manto de estrellas, vivas y llenas de belleza, lo cubre todo, arrasando la ciudad con su intenso azul volcado de diamantes. Nos alzamos sobre el resto de los mortales, imponentes, y no puedo evitar soltar un silbido de asombro al asomarme por el borde y comprobar lo pequeñas que resultan las cosas cuando las observas desde tan arriba. Los árboles, las farolas, los coches, las casas. Todo parece ser una miniatura, una simple maqueta, el juguete de un gigante que se sabe con el control del mundo. El viento ruge con fuerza a nuestro alrededor, como si solo existiera para nosotros. Sé que Flavio siente lo mismo porque su cara se ilumina, y yo siento un terrible deseo de pedirle que no diga nada, que este momento se congele para siempre, que pueda tener su imagen clavada en mi retina aunque me muera, tan bello, tan etéreo. Tan inalcanzable. La belleza nace para ser admirada, sino se extinguiría. Y el mundo sería un lugar mucho más horrendo, entonces.
—Increíble, ¿verdad? —termina diciendo con los ojos teñidos de emoción. Si la brisa
no fuera tan intensa, yo tendría el rostro cubierto de lágrimas y estas no penderían de un hilo como lo hacen ahora.
—Alucinante —consigo decir un rato después, arrancándole una carcajada de mi acompañante. Flavio me coge de la mano y caminamos por la azotea, mientras mi mirada sigue perdida en el intenso brillo que esos luceros están arrojando a la tierra. ¿Es extraño sentirse bendecido cuando te crees el centro del universo, aunque sea solo por una noche?
Flavio se detiene unos metros más allá de la entrada y yo me obligo a volver a la azotea y dejar que mi mente descanse de tanta belleza. Sorprendida, contemplo que nos hemos detenido junto a un cúmulo de mantas estiradas sobre el suelo (y sujetas con un montoncito de piedras en cada esquina para evitar que se vuelen) y una cesta de pícnic. Miro a Flavio y espero una respuesta que no llega.
—¿Qué es todo esto?
—Esto es para ti —responde, cogiéndome de ambas manos y acercando su frente a la mía. Nuestras narices se rozan por un instante y yo noto como una corriente de energía recorre nuestro cuerpo, hasta que el viento la convierte en un escalofrío y la devuelve al aire—. Quería hacer algo especial, y cuando descubrí este sitio lo tuve claro. He preparado algo de comida por si tienes hambre, aunque lo que había pensado era tumbarnos aquí y mirar las estrellas.
—¿Por qué yo? —susurro, cerrando los ojos—. ¿Por qué preparar algo tan bonito para mí?
Flavio me acaricia la mejilla con ternura y yo no puedo evitar soltar un pequeño jadeo.
—Podría darte un millón de razones, pero ninguna te haría justicia. Así que me conformaré con decirte que no hay actos bonitos y sinceros si no hay una persona detrás que merezca la pena. Y tú mereces todas y cada una de las cosas bellas que hay en este mundo, así que déjame intentar esta noche conseguirte, al menos, una de ellas.
Mis ojos se llenan de lágrimas y de nada sirve intentar contenerlas, porque se precipitan al vacío como si fueran una cascada. Escondo la cabeza en el pecho de Flavio, sintiéndome tonta y feliz al mismo tiempo. Es una sensación rara y nueva que se agarra a mi pecho y me impide respirar, pero no me ahogo.
Es raro: siento que esta noche podrían ocurrir cientos de cosas, pero ninguna de ellas me haría daño. No solo porque Flavio me protegería, sino porque yo no se lo permitiría. El control lo tengo yo, y eso me hace sentir bien.
—Gracias —digo contra su abrigo, y aunque sé que él no puede oírme, su corazón sí
que lo hará. Con mucho cuidado, me atrevo a apartarme de su pecho y a mirarle a la cara. Mi nariz roja y mis ojos hinchados deberían provocar que saliera corriendo, pero Flavio se limita a posar sus manos en mis caderas y balancearse, como si siguiera una melodía inaudible. Siguiéndole el juego, deslizo mis manos por su cuello, meciéndome al compás del viento, dejando que mis oídos se llenen de libertad, de estrellas, de amor, de confianza.

✨Un acorde menor✨ ~Flamantha~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora