Capítulo 8: Un nombre (Parte 2)

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Agnese Segreti ingresó a su habitación en busca de ropa que ponerse. Sus pies se deslizaban por el suelo de madera mientras saltaba de puntillas para producir el menor ruido posible y evitar despertar a Enzo, quien seguía durmiendo. A pesar de no haber usado las cobijas y el edredón para taparse, había causado un revoltijo al moverse durante la noche. Agnese no pudo evitar preocuparse al deducir que su hijo probablemente había pasado una noche intranquila, girando de un lado a otro para evitar hacerle frente a algún problema que acechaba incluso a su subconsciente. Decidió que hablaría con él al respecto más tarde, cuando finalmente se despertara. Mientras tanto, tomaría una ducha.

Agnese Segreti abandonó su habitación con el mismo silencio con el que había entrado. Tras ducharse y vestirse, regresó. Se sentó en la cama, junto a su hijo, y al notar un peso nuevo en el colchón Enzo soltó un gruñido adormilado y volvió a girar. Agnese solo lo observaba con una mezcla de ternura, gratitud y preocupación. En momentos como ese agradecía poder ser madre y al mismo tiempo se torturaba al cuestionarse si estaría haciendo lo correcto, si estaría desempeñando un buen papel y brindando enseñanzas útiles a la vida de aquel niño.

Enzo tenía ya diecisiete años e incluso cumpliría los dieciocho en unos meses. Pero para Agnese siempre sería su niño. Sabino Segreti solía reprenderla por pensar de esa manera e intentaba hacerla entrar en razón al demostrarle que su hijo era ahora un muchacho y él mismo hasta se atrevería a decir que era ya un hombre. Pero Agnese no lo escuchaba y Sabino se cansó de tener que defender su punto de vista ante ella.

Ahí, hecho un ovillo en la cama, Enzo parecía un niño de no más de diez años. La imagen encajaba a la perfección con el espejismo en la mente de su madre y ella no pudo evitar soltar una sonrisa nostálgica. Sin embargo, al observarlo más detenidamente y sin el sopor de las primeras horas de la mañana, Agnese reparó en el mentón fuerte y estructurado, en la espalda ancha, en la longitud de las piernas. En el último par de años Enzo había crecido exponencialmente. Era ahora más alto que el propio Sabino Segreti y sus manos superaban los largos dedos de pianista de Agnese.

¿En qué momento había crecido tanto? ¿Cómo era posible que casi dieciocho años hubieran pasado desde que era un bebé? Agnese Segreti estaba convencida de que en el reloj de arena de su vida había un agujero por donde se escapaban los días, los meses y los años y el tiempo acelerara como si quisiera ser el primero en llegar a una meta imaginaria.

Agnese Segreti extrañó los momentos en los que su hijo era aún un pequeñuelo que corría alrededor del taller de vidrio soplado y jugaba entre las esculturas de la bodega. Cuando Enzo pasaba más tiempo en casa y ella era su compañera de aventuras. Qué lejanos parecían esos instantes que ahora se habían vuelto un fugaz recuerdo y nada más.

Aún sentada en la cama, Agnese extendió uno de sus brazos para abrir el cajón del mueble que quedaba de su lado al dormir. Se las ingenió para revolver entre los libros, papeles, estuches de lentes y demás artículos variados que guardaba hasta que sus dedos dieron con lo que estaba buscando debajo de todo eso, oculto, como si no quisiera que nadie más lo encontrara por equivocación. Agnese sustrajo el fino trozo de papel mientras cerraba el cajón suavemente.

Los bordes estaban amarillentos y rotos en las esquinas, tal vez por lo mucho que a Agnese le gustaba sostener aquella fotografía o tal vez por el lugar en el que permanecía escondida. De cualquier forma, Agnese tenía cuidado de no maltratarla más de lo que ya estaba. Con una de sus manos acariciaba las imágenes que le evocaban tiempos antiguos y demasiado distintos al presente mientras que con la otra mimaba con ternura los cabellos claros de Enzo.

Al contacto, él despertó. Decidió quedarse en esa posición un poco más de tiempo solo para disfrutar de la cálida caricia así como para esperar que los restos del sueño se disiparan por completo. Lo ocurrido el día anterior tardó en asentarse en su mente, pero al hacerlo Enzo deseó no haber despertado.

El Soplador de VidrioWhere stories live. Discover now