[EXTRA 2]: Interludio

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(En el que Enzo recibe una visita en el taller tras la partida de Genevive)

Las puertas del taller de vidrio soplado de Sabino Segreti siempre permanecían entreabiertas, pues era necesario que se colaran ráfagas de aire lo suficientemente grandes para mitigar el calor pero de tamaño controlado para que el choque de temperatura no quebrara las piezas al salir de los hornos. A Sabino le frustraba que su hijo culpara a la brisa por sus deslices cuando se veía a leguas que la razón por la que sus piezas se hacían añicos era porque estaba distraído y no prestaba demasiada atención a lo que hacía.

—Tal vez deberíamos cerrar la puerta —sugirió Enzo mientras se abría paso entre los trozos de vidrio roto hacia la entrada del taller.

—¿Y sofocarnos con el calor? Ni muerto.

—Pero...

—Pero nada. Concéntrate y verás que las piezas no se te quiebran.

—Pero...

—Pero nada. A trabajar. ¿O quieres holgazanear y tener que hacer todo lo que resta de la exposición tú solo en el verano? —amenazó Sabino sabiendo que Enzo no podría rebatir aquello.

Tal como lo esperaba, su hijo regresó sobre sus pasos y tomó más vidrio caliente para convertirlo en una burbuja que después sería moldeada en forma de bola de helado.

Afuera del taller, petrificada de miedo, Celeste Moretti esperaba reunir el valor necesario para atreverse a entrar. De haber permitido a Enzo que cerrara las puertas, Sabino habría ocasionado que aquella niña de flequillo y lentes se hubiera marchado sin lograr su objetivo. Sin embargo, como el camino permanecía libre Celeste vio la oportunidad que llevaba buscando desde hacía mucho tiempo y, tras un monólogo interno, logró convencerse para dar un paso tras otro hasta que sin darse cuenta ya estaba adentro del taller.

Ella, que nunca había estado ahí, experimentó lo mismo que todos los que pisaban aquel territorio por primera vez: la coordinación entre padre e hijo, el golpe súbito de calor, el sonido del vidrio al quebrarse y los colores resplandecientes que soltaban las piezas al ser vistas desde cierto ángulo dejaron a Celeste completamente embobada. Se quedó varios minutos fija en su sitio para absorber todo lo que pudiera y dejar que esa energía nueva la envolviera.

—¿Disculpa?

Era un espectáculo realmente fantástico. Al observar la escena frente a ella, a Celeste le dieron ganas de ser buena en algo. A Celeste le dieron ganas de crear. El esfuerzo que Enzo le ponía a cada pieza era fácil de notar y eso solo aumentaba sus ansias por tomar esa inspiración y adrenalina para transformarlas en algo suyo que pudiera compartir al mundo. ¿Pero qué podía hacer? Fuera de la escuela nada se le daba particularmente bien. Cada que veía sus calificaciones, su abuela solía decirle que su inteligencia era un talento y que era muy afortunada. ¿Pero eso de qué le servía a fin de cuentas? Celeste quería poder ser tan valiente como Enzo, encontrar algo que le apasionara y crear sin límites para después enseñarle sus logros al mundo. A veces se encontraba a sí misma fantaseando con soltar sus responsabilidades y dejar que el viento la guiara por un camino intransitado, pero era demasiado complicado y sabía que no debía hacerse ilusiones porque eso era poco probable y...

—¿Hola?

Estaba tan centrada en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Sabino Segreti le hablaba.

—Ho-hola —tartamudeó por los nervios al sentirse descubierta.

—¿Hay algo en lo que podamos ayudarte? —preguntó Sabino genuinamente preocupado. La chica se veía tan perdida que por un momento consideró la posibilidad de que no fuera del pueblo y se hubiera confundido de lugar—. Si buscas el muelle está unas cuadras más allá. Y la estación de tren queda más al norte.

El Soplador de VidrioWhere stories live. Discover now