Rob

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La fachada color caqui de la Licorería Beodo Alegre, ubicada en West End, es iluminada por las primeras luces del día. Hacia allí se dirige Rob con su bicicleta vieja y un poco oxidada. A Rob poco le interesan los diseños arquitectónicos de los edificios. De hecho, desconoce que la finca a la cual se dirige perteneció a los primeros vestigios de colonos en Houston City. Este tipo de arquitectura es un baluarte para residentes de la ciudad y del distrito, un orgullo, últimos restos de una sociedad que ya no existe. Pero a Rob todo esto no le interesa ni un maldito comino. Poco y nada le importan las proezas arquitectónicas.

Lo que quisiera Rob es tener su propio negocio para ser libre de lo que él llama: Esclavitud. Se siente capaz de abrir un negocio del mismo rubro en el cual trabaja, aprovechar la experiencia acumulada por años. Pero siempre que comienza a soñar con esto, su mente aterriza de nuevo en una cruel realidad que le golpea con suma dureza. Sus pocas cuentas están en rojo, incluso hasta le debe dinero al idiota de Dan, su mejor amigo y hermano de la vida. Se frustra al sentir que no puede ni podrá nunca lograr sus sueños. La hermana de Dan, a quien Rob llama La Suricata en presencia o no de ella, siempre le sugiere que trabaje duro y olvide las utopías, que básicamente deje las estupideces. Por ese tipo de sucesos es que justamente la ama y al mismo tiempo la odia.

La Suricata, a quién Rob considera que tiene apariencia similar a ese animal, ha de ser la única mujer que de verdad se ha enamorado alguna vez de él en la vida real. A pesar de ello, la mujer ya no quiere vivir con él en la pieza de pensión en la cual conviven. Rob la quiere, a veces. Difícil le resulta enamorarse de una mujer que no sea Brittany Condon, o que al menos no sea similar a ella, ni esté a su altura. En la zona de pensiones donde vive, llamada Los Condominios, al norte de Houston, no hay mujeres con ese perfil tan extravagante. Sin embargo, en Los Condominios nadie juzga a Rob por las cosas que ha hecho o hace. Eso lo hace sentir cómodo allí.

En cualquier otro distrito, su sola imagen sería suficiente para que una cámara urbana active las alertas. Así que a pesar de las miserias se siente a gusto en Los Condominios, ya no imagina vivir en otro sitio. Antes de que asfaltaran algunas de las calles más transitadas de la zona, hace varios años atrás, Rob y la demás gente que reside en Los Condominios, debió sufrir el peor huracán y posterior inundación que se haya sufrido jamás en esa zona. Agua oceánica parecía haber cobrado vida de pronto, se desbordó hacia dentro de la costa, destruyó altos diques artificiales de contención y arrasó toda la costa este. En ese entonces, La Suricata y Rob construían su propio hogar en la zona que estaba más allá de una vieja metalúrgica, gracias a la cual existe ahora Los Condominios.

De la noche a la mañana, la franja costera se inundó por gélidas aguas negras, sucias y violentamente salvajes. Un tsunami destruyó los diques, siguió de largo, arrasó cada casa que encontró a su paso. El huracán con alto nivel de catástrofe no dejó nada en pie. Los vecinos que se conocían desde hacía mucho tiempo quedaron sin hogar, ni tierra, ni pertenencias, algunos incluso quedaron además sin familia o amigos. Junto a cientos, miles de personas, Rob y residentes de Los Condominios suplicaron al ayuntamiento de Houston para que les permitieran pasar hacia otras zonas distritales encerradas entre altas murallas. Los damnificados pidieron asilo en diversos sitios, en vista de la falta de respuestas del ayuntamiento. El alcalde se negó a abrir las murallas.

Nadie entre los que habitaban diferentes zonas, deseaba que la pobreza y marginalidad de Los Condominios se propagara en sus barrios, calles y avenidas de influencia. Al este de Houston, en una aislada zona seca, se reunieron a los damnificados y se les proporcionó un trozo de pan, una taza de sopa y algún tubérculo tibio. Si se detectaba principio de hipotermia en alguna persona mayor, adulta o niño, se les otorgaba una manta térmica. Los diversos diagnósticos no fueron evaluados por médicos. Fueron las decisiones de altos jerarcas gubernamentales las que estuvieron al mando del control de emergencia. Nadie pudo acceder a instalaciones donde se cuenta con hospitales propios, barracas, cuchetas, comida y agua caliente suficiente para miles.

¿Quién es Brittany Condon?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora