2. Y entendieras tu dolor

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Eligieron la mesa menos iluminada del bar y Max pidió dos cervezas

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Eligieron la mesa menos iluminada del bar y Max pidió dos cervezas. Cliff podía ver el reloj detrás de la barra; era más temprano de lo que creía.

—¿Cómo estás?

Cliff sonrió con amargura mientras les acercaban dos pintas de IPA, como en los viejos tiempos.

¿Cómo se sentía? ¿Lo podía explicar?

—Perdón —se rectificó Max—, es una pregunta pelotuda. ¿Hay algo que necesites y que pueda hacer por vos?

Sacudió la cabeza despacio. Tomó para evitar responder mientras pensaba si había algo que otra persona pudiera hacer por él. Ni siquiera estaba seguro de poder actuar él mismo.

—Estoy bien —contestó por fin—. Cansado y buscando trabajo. Este mes nos ayuda mi tío, el que vive en Gales, pero me dejaría más tranquilo no depender de él.

—¿Tu viejo también está sin trabajo?

Podía confiar en Max. Podía compartir su miseria con él.

—Ni siquiera está en condiciones de trabajar. Si me quedo en Córdoba, tengo que hacerme cargo de todo.

Max suspiró y dejó el vaso sobre la mesa. Cliff casi podía adivinar sus próximas palabras.

—Voy a averiguar si tenemos algo para vos. Contá conmigo.

Don't worry, tengo tiempo para buscar.

No lo miraba. Max era tan transparente que Cliff anticipó que no había dicho todo lo que sabía.

—¿Le recomendaron hacer terapia?

—Los dos nos tratamos allá. A él no le sirvió demasiado, dejó a los cuatro meses. Yo aguanté hasta un mes antes de volver.

—¿Tan mal?

—El foco del psicólogo era que teníamos que buscar apoyo y contención. —Hizo una pausa para dar un trago—. Me dijo que necesito saber que comparto mi peso con alguien más y que no estoy solo... Cosas así. No entendía cuando le explicaba que allá conocía a un par de familiares y que acá ya no hablaba con casi nadie. No podía hacerle entender que no estoy solo por elección, que no cualquiera puede estar en mi lugar.

Max asentía sin mirarlo a los ojos. Su propia experiencia con psicólogos había sido tan mala que salió de fiesta el día que su padre dejó de obligarlo a asistir.

—Puede que no se equivoque demasiado y que sí te hayas aislado del mundo. ¿Lo pensaste?

Don't...

—Cerraste todas tus redes, tiraste el teléfono a la basura. Ni siquiera contestabas correos hasta que tuviste que avisarme que volvías. —Dejó el vaso en la mesa y se inclinó hacia él. Su voz calmada lo invitaba a confiar—. No te culpo, yo no sé qué habría hecho en tu lugar, pero todos esperábamos que hablaras después de los primeros meses. O después del primer año, por lo menos. Los chicos del club se preocuparon. Mateo, que no me habla nunca, todavía me pregunta por vos cada vez que me ve. Luciano igual. Hay gente que se preocupa por vos sin importar cuánto tiempo haya pasado.

Para que te perdones | Actualizaciones lentasWhere stories live. Discover now