4. Para que el pasado no arda

621 44 129
                                    

Un taxi era un lujo que no se quería permitir, pero había demasiada gente en la parada del colectivo y, cuando por fin llegó el bondi, estaba tan lleno que Cliff no lo pensó antes de salir de la cola y caminar hasta desaparecer por la esquina

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Un taxi era un lujo que no se quería permitir, pero había demasiada gente en la parada del colectivo y, cuando por fin llegó el bondi, estaba tan lleno que Cliff no lo pensó antes de salir de la cola y caminar hasta desaparecer por la esquina. Si hubiera tenido un teléfono, podría haber fingido que le daban un aviso de última hora, que había un motivo ajeno a él por el que no subía al colectivo, pero había perdido todas las excusas y las ganas de inventarlas.

La gente a su alrededor no lo conocía, aun así, no podía levantar la mirada por miedo a que alguien lo saludara y quisiera conversar con él. Incluso la amabilidad ajena conseguía incomodarlo. Se apretó el puente de la nariz con fuerza mientras caminaba, cerró los ojos durante dos segundos. Pensar que la avenida por la que caminaba no estaba tan transitada como estaría el centro hizo que le transpiraran las manos. Sin embargo, a pesar de la agitación de las calles y de las miradas de extraños, encontraba algo de comodidad en alejarse por unos minutos del vacío que respiraba en su casa. Al menos, al poner distancia podía identificar que ese mismo vacío era una entidad que lo rodeaba y no una constante en el mundo.

Max tenía razón al decir que se había alejado. Su intención no fue otra que cuidarse de las llamadas preocupadas que iba a recibir, pero terminó aislándose de todo lo que conocía hasta quedarse solo. Sin amigos, sin apoyo. Sin lágrimas. Sin esperanza.

No se permitió dejar de caminar. Si lo hacía, la vergüenza que acababa de pasar podía alcanzarlo y reírse de él, de su incapacidad para cumplir objetivos simples y mundanos como tomar el colectivo. No levantó la mirada, tampoco. Distinguió una fila de autos amarillos a pocos metros de distancia y se subió al primer taxi libre como si hubiera sido su intención desde el primer momento. Una vez en el interior, dejó caer la cabeza hacia atrás y respiró profundo.

El conductor se aclaró la garganta.

—¿Cansado, hijo?

Tenía más canas que hebras castañas y la mirada que le dirigía desde el retrovisor era una inundada de calidez.

Cliff tragó saliva y asintió. Le dio las calles que formaban la esquina donde vivía Max con los ojos cerrados para que el hombre interpretara que no tenía ánimos de conversar. Como respuesta, la música sonó más fuerte y Cliff contuvo un suspiro de culpa. Si iba a matar todas las interacciones que el día le podía regalar, ¿para qué había salido? ¿Para qué había vuelto?

«To kill the void», se dijo. Pero era él quien no vivía.

En la radio del taxi sonaba una canción melódica de las que solía escuchar su papá. No reconocía el título, tampoco el artista. Apenas le prestaba atención a la música en español y contaba con los dedos de una mano las letras que se sabía de memoria. Nunca le había importado. Cuando Irina y él eran amigos, ella le permitía elegir música para aprender sobre grupos nuevos. La había ligado a sus bandas favoritas sin saber que iba a ser él quien terminaría atado. A un recuerdo, a un instante, eso no importaba.

Para que te perdones | Actualizaciones lentasWhere stories live. Discover now