Día 1: 1800

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Se sorprendió al ver que había una luz en su habitación. Lovino había estado ocupado, yendo de aquí para allá, que se había olvidado de que Antonio regresaba esa semana. Sabía que su pareja había tenido problemas con sus colonias rebeldes. Constantes batallas y parecía que el virus de la independencia se había propagado por todas aquellas tierras que alguna vez habían convivido en la misma casa.

Lovino dejó lo que llevaba en la mano sobre la mesa más cercana y se detuvo delante de la puerta del dormitorio de Antonio. Abrió la boca para decir algo, pero al ver las vendas que cubrían su torso, Lovino se quedó sin palabras. Aunque no era la primera vez que veía a Antonio en ese estado y, estaba seguro de que no sería la última vez, nunca sabía cómo reaccionar apropiadamente.

—¿Lovi? —preguntó Antonio, al darse cuenta de la inconfundible sombra del rulo que sobresalía del cabello del mencionado.

—¡Idiota! ¿Cómo—? ¿Qué—? —Lovino tenía tantas preguntas en la mente.

Antonio se dio la vuelta y le regaló una sonrisa sincera a Lovino.

—¡Lovi, te he extrañado! —Detrás de esa sonrisa, estaba escondiendo un profundo dolor físico que le impedía levantarse. Esperaba que el otro no se diera cuenta de ello.

—No creí que llegarías hoy —Lovino seguía demasiado sorprendido como para moverse de su lugar.

Antonio puso ambas manos sobre la cama y se obligó a ponerse de pie, pese a la molestia. Si había algo que todavía le motivaba, era Lovino. En los momentos en los que había creído que todo estaba perdido, el recuerdo de aquel muchacho le ayudaba a continuar.

—¿No te alegras de verme? —preguntó Antonio.

Lovino le inspeccionó de arriba abajo con la mirada y sus ojos pronto se llenaron de lágrimas. No entendía mucho del asunto de las colonias, nunca se había metido mucho en ello. Todo lo que sabía era que aquellas guerras de independencia estaban dejando demasiadas secuelas en el cuerpo de Antonio y él no podía hacer nada para evitarlo. Era un mero observador.

—No soporto verte así, idiota —Lovino bajó la vista.

La mano de Antonio acarició una de las mejillas de Lovino. Había extrañado sentir aquella cálida piel y solo por eso se alegraba de haber regresado. Su imperio se desmoronaba y sin embargo, su amado italiano continuaba ahí.

—Lo siento —Antonio continuó tocando su mejilla. Había pasado tanto tiempo sin estar con él, que quería aprovecha cada segundo con Lovino.

De repente, sin esperarlo, Lovino le abrazó con fuerza. Antonio hizo una mueca de dolor y se mordió los labios, para que el otro no se diera cuenta. No quería que se preocupara más de lo que ya estaba.

—No te vuelvas a ir, bastardo —Lovino le pidió entre sollozos. Hubo momentos en los que había pensado en que no volvería a ver a Antonio. Solo las cartas que éste le había enviado le mantuvieron con esperanzas.

Antonio deseaba de todo corazón poder prometerle eso, pero no era posible. Sólo había regresado a casa para resolver algunos asuntos, antes de ir de nuevo a las colonias. Cada vez, tenía más fuegos que apagar y no estaba seguro de que podría con todo. Le dolía no poder decirle lo que él quería escuchar.

—No pensemos en el futuro, Lovi. Quiero pasar esta noche contigo —Antonio le susurró.

Lovino recostó la cabeza sobre el hombro de Antonio y respiró profundamente. Hacía tanto tiempo que no olía aquel aroma a hombre, que no estaba seguro si estaba soñando o si aquello realmente estaba sucediendo. No importaba, todo lo que deseaba era permanecer cerca de él y no dejarle ir. ¿Era egoísta? Sí, pero no le importaba. Detestaba ver a Antonio tan lastimado.

Aquella propuesta no era lo que quería escuchar Lovino, pero tampoco iba a ponerse a discutir. Amaba a Antonio más de lo que había sospechado. Levantó la cabeza para contemplar aquellos ojos verdes y a su corazón le dio un vuelco.

—Iré a cambiarme —Lovino le dijo, pero Antonio le agarró del brazo para que no se escapara.

—No, estás perfecto así —Antonio respondió. Ahora que finalmente lo tenía cerca de él, no quería que se fuera.

Si bien la cama no era muy amplia, ambos estaban más que cómodos. Lovino cerró los ojos para disfrutar de la compañía de Antonio. Podía sentir la respiración de éste por su nuca. Tenía tantas preguntas para su pareja, pero comprendió que aquel no era el momento. Aquella noche era para reunirse y volver a experimentar esas sensaciones que solo Antonio podía provocar en él.

Sonrió, no podía quejarse. Estaba compartiendo la misma cama con el amor de su vida. ¿Qué podía pedir más?

¡Gracias por leer!

Spamano Week 2021Where stories live. Discover now