Capitulo 8

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Claro que había momentos en los que era feliz.

La escuela era una.

Muchos la odiaban, pero ella la amaba.

Allí estaba sus profesores con los que pasaba más tiempo que con su familia. Confiaba más en ellos que en sus propios amigos. Se tomaban el tiempo de escucharla a pesar de ser treinta alumnos.

Sus compañeros. Esos locos que le sacaban risas escandalosas con sus tonterías de payaso, pero los amaba con toda su alma.

Y, por último, pero no menos importante sus amigos. Aquellos recreos no son los mismos sin ellos y sus locuras. Las conversaciones salían solas y las risas nunca faltaban. Las mascotas que salían después de tirarle comida a las gaviotas para después imaginarse las conversaciones.

Si tuviese que pensar en su patronus sería en todas las personas importantes en su vida, todos los momentos vividos con ellos se guardaba en un pedazo irrompible de su corazón.

Ella aún guarda los secretos que le contaron sus amigos que ahora ni bien se llevaban.

Ella estaba en Hufflepuf por su corazón de pollo. La lealtad que le tenía a todos. Los momentos que guardaba bajo llave. La consejera del grupo que te decía las verdades a la cara. La inocente de quince en un grupo de pervertidos.

Intentaba acordarse de los cumpleaños y sus regalo deseados para después prometerse regalárselo algún día.

Si eras amiga de ella sabías que era auténtico. Te encontrabas a una chica en quien confiar todo y saber que no lo cuenta nunca a pesar de no saber mentir. Con ella te venía un quid completo, pero todos acababan queriendo al día antes que a la noche.

Era su propio remo. Tenía proyectos que acabar.

Se había jurado ser la tía rica para consentir a las hormigas de sus amigas.

Tenía una promesa que cumplir y siempre sacaba la fuerza para seguir adelante a pesar de caer ella se levantaba.

Y ayudaría a los demás a hacerlo. Se lo había prometido a su yo pequeña.

Y sabía que lo cumpliría. Por qué siempre las cumplías.

Rota tras la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora