Capítulo 16

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Bizcocho

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Dayana

Noah se marchó con la excusa de que tenía trabajo. No le cuestione nada, aunque si me causo mucha curiosidad saber el porqué de su repentina incomodidad.

—¿De dónde conoce a Noah?—le pregunto a la tía Rachel, quien se ofreció a ayudarme a lavar los trastes.

—Hace un tiempo lo ví en un tribunal—me pasa un vaso para que lo seque.

—¿Cómo acusado?

—Parte del público presente y ya no puedo decirte más, no sabemos si es de su agrado hablar de esa experiencia.

—Supongo que conocía a alguien involucrado al caso, ¿No?

—Tú misma lo dijiste—se encoge de hombros. Eso confirma mi duda— ¿Cómo lo conociste tú?

—Fue una simple coincidencia. Por accidente derrame mi bebida sobre él.

—Uy, típico cliché—me sonríe y alza sus cejas con insinuación.

—Si—bufo—. Todos dicen eso.

—Porque es la verdad.

Terminamos de lavar los trastes y cada una se despide respectivamente. Yo subo a continuar con mi tarea y ella a seguir con asuntos del bufete.

—¡Oye, mocosa!—grita Daniel, entrando con desespero a mi habitación.

Hacer mis tarea en completa paz y sin interrupciones es casi imposible.

—¿Qué?

—Necesito tu teléfono—llega hacia mi y tiende su mano, esperando con desespero el aparato.

—Pierdete, animal—planeo ignorarlo, pero me toma de los hombros para que lo mire.

—Quiero que me prestes tu teléfono. Eso quiero como recompensa por cubrirte con lo de tu empleo—sus ojos azules me miran con desesperación. No me queda más opción que darle el teléfono—. Gracias.

Lo veo teclear con desespero, mientras balbucea cosas que no logro entender. Llama a alguien y es cuestión de palabras para que sepa de quién se trata. Está desesperado, por lo que escucho la situación es algo grave.

—Dile a mamá que fui a entrenar.

—Es muy tarde, no lo va a creer—lo freno antes de que se marche.

—Pues inventa algo.

Es lo último que dice antes de salir con rapidez.

Me quedo sentada con el teléfono en mano, pronto una idea se me cruza por la cabeza, intento desecharla, pero ya es tarde cuando le doy al pequeño icono de «llamar» y empiece a escuchar los pitidos de espera.

Uno...dos...tres..

—¿Qué quieres? —es lo primero que dice al descolgar.

—Tan amable como siempre—intento bromear.

¿Qué quieres?—insiste.

—¿Comiste algo?—cuestiono al azar.

No es de tu incumbencia. ¿Para que llamaste en realidad, chica fresa?

—Bueno...

Quieres saber cómo conozco a tu tía—afirma—. La conocí cuando fue abogada defensora en un caso pro-bono que seguí de cerca.

—Oh...

Quiero saber más si soy sincera.

Te quedarás con las ganas de saber más, es lo único que te diré.

Casualidad con sabor a FresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora