Pequeñas Semillas

2.3K 178 57
                                    

Alba se fregó los ojos y miró dos veces para poder entender que aquello que veía no era sólo una mala pasada de los despojos de sueño en su cuerpo. Se había despertado con la ausencia de Natalia en la cama, que siempre esperaba pacientemente a que la rubia se despertase para cubrirla de besos y abrazos, como ya era rutina cada mañana de domingo. Unos ruidos en la sala le llamaron la atención, no oía a las niñas y el despertador marcaba las 9 am. Se extrañó, y decidió salir a revisar, y ahí estaba Natalia, llenando una maceta larga con tierra y leyendo un sobre sentada frente al ventanal del balcón.

Alba se acercó con cautela, sin querer asustarla, observándola con curiosidad. Sin embargo, su plan de no llamar la atención de la morena falló cuando se dio el dedo pequeño del pie contra la esquina de la isla de la concina.

- Me cago en mi puta madre –soltó la rubia entre dientes, con una mueca de evidente dolor y agarrándose el pie.

- Hostia puta, Albi –Natalia dio un respingo tras escuchar el grito de su mujer y, al girarse a verla, se preocupó de inmediato-. ¿Estás bien, cariño? –preguntó, acercándose rápidamente a ella.

- Sí, sí, no te preocupes –dijo, una vez que el dolor se redujo-. No va a ser la última vez que me pase –esta vez, le dedicó una dulce sonrisa a su mujer-. Buenos días, mi amor.

- Buenos días, cariño –le devolvió el saludo Natalia, antes de inclinarse y tomarle el rostro entre las manos para depositar varios besos pequeños sobre los labios de la rubia-. ¿Has descansado?

- Chi –asintió ligeramente con la cabeza-. Pero me ha extrañado no verte en la cama al despertar –hizo un pequeño puchero al mismo tiempo que le rodeaba la cintura a Natalia con los brazos.

- Lo siento mucho, mi vida, es que tenía que preparar una cosa –explicó, haciéndole suaves caricias en el rostro a Alba.

- Ya, si te he visto ahí, ¿qué planeabas hacer?

Curiosa, como su hija.

La más alta frunció los labios y juntó sus dedos índices, desviando la miranda. Alba no pudo hacer más que sonreír ante la imagen tan tierna de su gigante pelinegra.

- Nat, mi amor, tienes las uñas y las mejillas llenas de tierra –esta vez, fue Natalia la que no pudo evitar hacer un puchero.

- Jo, es que quería que fuese una sorpresa. Tú me regalaste las cuerdas nuevas para mi guitarra y yo quería darte algo a cambio –respondió la menor con la voz pequeñita.

- Ay, amor, si es que eres un bebé enanísimo –le dijo Alba, que sentía que en cualquier momento moriría de ternura, y luego le cubrió el rostro de besos-. Si es que no hacía falta que me dieras nada a cambio, ¿sabes?

- Ya, sí que lo sé, pero quería hacerlo.

- Vale, está bien, ¿pero me dirás qué es?

Natalia asintió, un poco resignada, y tiró de su brazo para que la siguiera hasta el lugar en el que estaba trabajando momentos antes. Alba observó aquella maseta junto con una pequeña pala enterrada en la tierra fresca y varios sobres de semillas esparcidos por el piso.

- Sé lo mucho que te gustan las plantas, y he notado que no hay tantas como las que había en tu apartamento cuando nos conocimos, pero sé que pasas mucho tiempo en casa así que he pensado que igual te gustaría, no sé, tener un huerto en el balcón –explicó la más alta, un poco avergonzada.

- Si es que te como –murmuró Alba, que sentía que su sonrisa no paraba de crecer-. Pero Nat, ¿desde cuándo te das mano con las plantas?

- Igual en otro mundo soy granjera y tengo mi propio huerto con gallinas –respondió, encogiéndose de hombros.

La Pequeña Familia || ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora