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Madrid, España

Las mañanas para Mónica siempre eran su parte favorita del día. Le gustaban mucho porque a esa hora solía acompañar a su mamá mientras desayunaba, además de que a esa hora su mamá siempre tenía ánimos de platicar, a diferencia de en las tardes o en las noches. Por lo general, después del medio día, la mamá de Mónica se la pasaba dormida debido al cansancio que sentía por tomar tantos medicamentos. Era algo a lo que ellas ya estaban acostumbradas, por eso Mónica valoraba mucho sus mañanas, pues era el momento perfecto que tenía para hablar con su mamá.

Esa mañana era diferente para Mónica. Esa mañana su mamá no había despertado a las ocho como era su costumbre. Esa mañana su mamá ni siquiera se encontraba en el pequeño departamento que le alquilaba a una simpática argentina. Esa mañana su mamá había tenido una recaída en la madrugada, por lo que desde muy temprano tuvo que llevarla al hospital. Romina; su madre, ya se encontraba bien, sólo había sido un pequeño susto, sin embargo, aún así se le solicitó a Mónica dejarla internada un día para así poder observar a la señora.

Mónica no se quería despegar de su madre, quería quedarse con ella toda la mañana. Quería pasar todo el tiempo que fuera necesario junto a su mamá en aquel hospital, pero lamentablemente desde que ella fue despedida, sus mañanas las aprovechaba para salir a pedir trabajo. Y esa mañana, pese a la complicación que tuvo su mamá, tenía que salir a buscar trabajo; sus ahorros se le estaban agotando y pronto tendría que buscar un lugar donde el alquiler fuera menor; tendría que comprar los medicamentos de su madre; y ahora tendría que pagar el hospital. No podía darse el lujo de no salir a buscar trabajo por un día, por más que ella quisiera, el dinero no le caía del cielo.

—¿Cómo sigue?— Mónica escuchó la voz de su antiguo jefe, cuando estaba por ponerse de pie de esa incómoda silla de hospital. Eran un poco más de las once de la mañana, ya estaba por ser el medio día; su madre llevaba aproximadamente cinco horas dormida desde que una enfermera le inyectó unos sedantes, así que después de asegurarse de que su madre ya se encontraba mejor y que estaría bien el resto del día, había decidido salir a seguir buscando trabajo antes de que fuera la hora en la que tiene que ir a la Universidad.

—Ya mejor— con un movimiento suave y delicado, acarició la frente de su madre, le dio un pequeño beso en la mejilla y la miró una última vez antes de girarse para ver a su apuesto ex jefe— el doctor me dijo que con los medicamentos que le dieron, ella se sentirá mejor. Por ahora me dijeron que necesita descansar y en un rato vendrán a hacerle más estudios, tienen que ir monitoreando sus niveles de glucosa en la sangre.

Enrique asintió mientras veía a la señora que trabajó durante años para él. Ella realmente lucía cansada mientras estaba postrada en esa cama de hospital, sin embargo, seguía teniendo ese aire maternal que lo hacían sentir cómodo y protegido. Aún se veía como esa madre que siempre deseo tener.

—¿Piensas irte?— le preguntó curioso a la chica castaña frente a él. Le fue imposible pasar por alto que la chica cinco años menor que él se había colgado su bolso en el hombro, se había puesto de pie y se estaba terminando de despedirse de su madre justo cuando él entró.

—Sí— Mónica sonrió de lado mientras recibió el vaso de café que Enrique le ofreció— no quisiera irme y dejarla sola. Quiero quedarme junto a ella, cuidarla y estar al pendiente por si llega a necesitar algo, pero...— suspiró, desvió la mirada por un momento y después volvió a centrar la atención en los grandes, pero bellos ojos azules del hombre frente a ella— tengo que salir a buscar trabajo. Ayer después de la entrevista a la que fui, recibí la noticia de que no me habían elegido— volvió a suspirar— así que sigo sin tener trabajo y necesito conseguir uno pronto antes de que se me acabe el dinero.

Te amo (Aguslina) (TE #3)Onde histórias criam vida. Descubra agora