2.

15 4 4
                                    

Mi nombre es Primavera. Me suelen llamar excelsa, inefable, sutil y esperanzadora. La realidad es que no sería tan hermosa ni esperada si el invierno no existiera.

No sería nada, mis flores de sempiterna dulzura no alegrarían vidas, el helado aliento del invierno me concede un extraño pero irreprochable halo de ilusión.

Vivo presagiada por un frío invierno, incensurable inmaculado frente a mis dorados ojos. Intento llegar a la calidez del verano pero siempre me desvanezco antes de lograrlo. Estoy encerrada en un inextinguible ciclo.

Los mortales admiran mi llegada como una señal de reencuentro, la calidez es agradable para sus patéticos cuerpos.

Hago que las flores crezcan frondosas a mi paso, cada pequeño recodo de la madre tierra queda cubierta por una capa de fertilidad. Hago que las sonrisas crezcan en rostros ajenos, dejo que la gente se regocije en mi labor.

Durante una temporada vivo palpitante en el corazón de un invierno, reanudo la belleza de la naturaleza dejando que el alma humana pueda revivir. La gente mira por la ventana esperando la primavera pues están irremediablemente enamorados de mi.

Mi existencia debería ser agradable para mi misma, sonriente y jocosa. Dulce como los aromas que dejo escapar, suave y jovial como las hojas perennes en los árboles. Desenvuelta mi personalidad se cree que es. Indulgente el ambiente que creo en el pequeño planeta tierra. Todo se deja florecer en un apacible espacio de complacencia.

Venturosa mi llegada es, no lo dudo ni reprocho. Pero mi estación es opacada por el verano, condenada a una jaula, estar siempre por debajo de su excelencia. Mirando hacia atrás para sonreír al inquebrantable invierno que solo a veces deja que una sonrisa llegue a sus pálidos labios.

Persigo la necesidad de un beso frío, el invierno es cerrado y arisco pero al girar mi torso y ver la blanquecina obra de este, se me antoja divina, apolínea es su tarea, delicada y exquisita con cada pequeño copo de nieve. Sus caricias son demasiado lejanas, pero apetecibles de la misma manera. En demasía inexpresivos me parecen a mí sus ojos, doblegaría mi orgullo para que dejara entrever una chispa de emoción hacia mi.

Ramé, llaman a nuestra relación, caótica y hermosa.

Entre las estaciones causamos furor y equilibrio, pero yo solo anhelo un atisbo de reconocimiento.

Estar hundida en el descreimiento por parte de la mayoría es enervante, hago todo a mi alcance. Mi faena es exuberante, flor por flor, pequeñas briznas de pasto hechas a mano, nubes blancas bordadas en el cielo de azul profundo, lloviznas ligeras sobre febriles cuerpos. Pero el verano es siempre considerado el más deseable, superior, preferible y estúpidamente conveniente.

Siempre comparada con mis compañeros, otoño es menos fragorosa, mucho más apacible, invierno es más misterioso, oculto, rodeado de cumplidos y verano es mil veces más cálido, abrasador, ardiente.

Yo quedo sepultada debajo de un perpetuo monte de comparaciones. Me usan como adjetivo describiéndolos como: Tiempo en que una persona o una cosa está en su mayor grado de desarrollo, belleza o energía.

Pero frente a mi presencia las quejas son incesantes.

Termino por rendirme cada año para dar tránsito a la siguiente estación. Los humanos me anhelan y al mismo tiempo me necesitan, pero algunos desdeñan mi talle.

Duermo esperando y planeando mi salida para encantar, deleitar y alegrar sus ojos.

Me siento desechable y por igual requerida. Hay tiempos en los cuales alargo mi presencia, otros en los que me retiro temprano.

Soy conscientemente dependiente de cada uno de los mortales. No pienso dejar de alegrar balcones o terrazas.

Mi sonrisa llega a cada rincón de este planeta causando furor, me rehúso a desvanecerme y lucho por seguir moviendo el ciclo.

 


Por tanto así me despido cada año

Estación terminada, historia acabada.

🅁🄴🅃🄰🅉🄾🅂Où les histoires vivent. Découvrez maintenant