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El botón de la camisa de Chifuyu era atractivo.

De color blanco, al igual que el resto de la tela, y estaba en su muñeca. Kazutora quería tocarlo, darle vueltas y hacer sonar sus uñas contra él, pero estaba muy lejos y estaba seguro de que el chico lo repudiaría. Nervioso, necesitaba tener algo entre las manos, y agarró la parte baja de la fina chaqueta que llevaba, pues se había puesto la misma ropa con la que había ido al supermercado aquella mañana.

Miró el color rojo coral, los azules cielo y sintió que era suave, de calidad. No sabía cuánto había costado, pero le gustaba. Aún con todo, se sentía inseguro, casi desnudo por la poca cantidad de ropa que llevaba.

No, no era eso. En el fondo, se sentía así porque esa ropa cubría muy poco y él estaba acostumbrado a otras cosas. De no ser por la chaqueta, sus hombros estarían al aire, sus brazos también; la venda cubría su muñeca izquierda y parte de su antebrazo. Los pantalones llegaban a sus rodillas, dejando a la vista sus pantorrillas blancuchas y faltas de luz solar.

Suspiró, dándole vueltas a su propio atuendo, tocando de vez en cuando la punta de sus trenzas. Tenía la necesidad de esconderse cada vez que alguien a quien no conocía chocaba con su mirada.

—Oye Kazutora, estás muy delgado, ¿es que Chifuyu no te da de comer? —Bromeó Draken, tomando un trago de su cerveza. —Una vez casi nos envenena con una ensalada.

Sonrió, arrancado de su ensimismamiento. Después de cerrar la tienda habían decidido ir a la terraza de una cafetería, cerca de la playa. La brisa revolvía el cabello de todos, sentados en círculo alrededor de una mesa redonda que portaba desde la rebelde cerveza, hasta el inocente zumo de naranja que había pedido. Una taza de té verde humeaba entre las manos de Inui, un cigarro descansaba entre los labios de Chifuyu.

—Bueno... —Musitó, jugueteando con sus propias manos. Hacía calor, el olor del té llegaba a sus fosas nasales y no pudo evitar echarle un vistazo de reojo. —Me ha tratado bien.

No entendió aquel repentino silencio que se formó y no añadió nada más, avergonzado. Mitsuya y Chifuyu se miraban con incredulidad, como si no pudieran creer lo que acababa de decir y parecía que hablaban sin palabras. Exhaló un suspiro, bebiendo algo de zumo, y luego se disculpó para ir al baño.

No es que estuviera huyendo —sí—, sólo necesitaba un soplo de aire solitario para calmarse. Mierda, ¿es que estaba desarrollando alguna clase de ansiedad social? No soportaba estar en la mira de tantas personas al mismo tiempo, aún si era en su imaginación donde le observaban con detenimiento y le juzgaban.

Entró a la cafetería y recorrió el pasillo del fondo del local. Abrió la puerta de los aseos masculinos y se arrojó al interior con brusquedad, cerrando tras de sí erráticamente.

Se miró al espejo, estaba algo pálido y respiraba con rapidez; la bola se movía en sus entrañas como si de plomo se tratara. Incómodo, abrió el grifo y empapó su cara en agua. Se sacudió como un perro mojado, pasándose una mano por los mechones que caían sueltos a los lados de su rostro.

Se quedó un par de minutos ahí, en medio del baño. Tocó las trenzas, mirándose al espejo.

Se habían estropeado un poco con el paso de las horas, así que las deshizo con cuidado. Las había hecho cuando tenía el pelo húmedo, aquella misma mañana, así que su cabello quedó ondulado cuando lo liberó de ambas gomas; tanto como las olas del mar. Lo peinó con los dedos, lo echó hacia atrás y sonrió a su reflejo, viendo cómo se desplazaba hacia delante con lentitud. Movió la cabeza de lado a lado.

—No estás tan mal. —Se dijo, como otras tantas veces, intentando convencerse de ello aunque sólo fuera por cinco minutos.

De repente, su teléfono vibró en uno de sus bolsillos. Lo sacó, alterado y leyó el mensaje mientras tragaba saliva.

Treasure || KazuFuyuWhere stories live. Discover now