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Kazutora sostuvo a Mimitos en brazos, dándole besos en la frente y en la punta de la nariz. Reía con las mejillas rosadas y una expresión de felicidad insaciable, mientras el animal le lamía intensamente, sosteniéndole de las sienes con sus zarpas negras.

—¡Mira! Se parece a ti, Kaku. —Le puso el gato prácticamente en la cara. —Pero, tú eres más como mi hermano mayor.

Kakucho sonrió y aceptó tomar al felino en brazos únicamente porque le pareció tierno. Era negro y su pelaje ligeramente largo, muy suave. Olía a hogar y se escondía en el calor que despedía el cómodo hueco de su cuello. Un iris ciego y el otro ambarino.

No respondió a su amigo, no quería hacerlo.

En una ocasión había recogido un gato de la calle, años atrás, pero había muerto a los pocos meses. Realmente, desde la muerte de Izana nunca tuvo nada a lo que poder aferrarse. La pérdida del animalillo le había dolido tanto. Recordaba el pelo blanco y repleto de manchas tricolores, le había puesto de nombre Dahlia, aunque no era nada original ni tenía un significado profundo. Y, como todo lo que alguna vez estuvo en su vida, se quedó plasmada en las polaroids del cajón de memorias y otras heridas.

Tal vez estaba sintiendo a Kazutora como alguien a quien cuidar. Le había agradado conducir con él bajo las estrellas, sentir cómo se quedaba progresivamente dormido sobre su hombro, en la caravana que le había servido de hogar a Hanma. Familia. La palabra era extraña.

—¿Podemos volver a lo de antes? —Preguntó, sin querer destrozar la infantilidad del momento. Estaban sentados sobre la cama, y precisamente había interrumpido para poder hablar con él. —Como te decía, Takeomi ordenó a ese chico matarte, a pesar de que ya estaba intentando hacerlo por su cuenta. Es peligroso, no podemos salir de aquí hasta que lo de fuera se haya solucionado.

Hasta que Sanzu eliminara a quien tuviera que eliminar, quiso decir, pero no mencionó que se había puesto en contacto con él. Sabía que, si se lo contaba, entonces Kazutora también querría llamarle, se empezaría a preocupar por sus antiguos compañeros de crímenes y querría regresar con ellos en cuanto se enterara del verdadero estado de los Haitani. No podía dejar que aquella empatía que tenía le costara abandonar a Chifuyu.

O, peor aún. Que le costara la vida.

Wakasa se encontraba incomunicado y ni siquiera él sabía si Takeomi tenía a más gente detrás. Puede que yakuzas contratados por esa víbora lo estuvieran buscando en el caso de que Wakasa fallara. Salir del apartamento era arriesgado, debía esperar a que Sanzu le diera una señal. Solo esperaba que estuviera haciendo un buen uso de su jodida cabeza de arriba por una vez en su asquerosa vida.

—Recuerdo haber escuchado su nombre... —Reflexionó el menor, con un tono extraño. Pasó la mano por el lomo de Mimitos, que revoloteaba alrededor de ambos alegremente. —Shinichiro y él eran muy amigos, ¿verdad?

—Los historiadores los llamarían así, sí. —Se encogió de hombros, dándole vueltas a la cola del animal con un dedo. El gato maulló en su dirección, apoyándose en sus muslos y, posteriormente, en su pecho, para chocar el hocico contra su barbilla.

Entonces, Kazutora se incorporó y se estiró hacia arriba, poniéndose de puntillas. Un bostezo le cruzó la expresión somnolienta y su espalda se quejó. Aún llevaba aquella camiseta blanca y holgada que olía a Chifuyu, y se había puesto los pantalones repletos de bolsillos y armas. Puso los brazos en jarras, mirándole con decisión, teñido en rayos de amanecer.

—Quiero conocerlo.

Ni siquiera pudo detenerlo. Chifuyu, que fumaba apoyado en la ventana para calmar el estrés, sólo se quedó quieto, intentando descifrar a su amigo. Kakucho salió tras él y lo agarró del hombro cuando estuvieron en el pasillo, presionándolo un poco cerca de la pared en un gesto que denotaba protección. No necesitaba conversar con ningún tipo sediento de, precisamente, su sangre; Wakasa irradiaba ira y odio, todas las plantas se pudrían a su lado.

Treasure || KazuFuyuWhere stories live. Discover now