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La luz blanca parpadeaba intermitentemente, volviéndolo loco. En la recepción solo habían pocas personas que esperaban sentadas, rellenando formularios. De vez en cuando entraban oficiales con personas ebrias esposadas, pero en sí el ajetreo radicaba en ellos tres. Klaus se mordió el labio y maldijo su mala suerte. La comisaría de Núremberg lo recibió una vez más y no podía hacer nada para salir de ahí.

En el callejón, cuando escuchó el grito de la chica, su mirada encontró un bulto tirado en el suelo. Pensó que podía tratarse de alguien que mezcló demasiados tragos con otros estupefacientes, pero pronto notó el charco oscuro que rodeaba el cuerpo. De inmediato supo que esa persona estaba muerta, o en las últimas antes de que diera su último aliento.

A su lado, la chica que lo encontró no paraba de llorar. Tenía rato que el llanto se había consumido, dejando unos hipidos penosos a los que Klaus tenía ganas de silenciar colocándose algodones en los oídos. Su cabello rojizo estaba enmarañado y el intento de maquillaje que se hizo estaba corrido por toda su cara.

―¿Qué nos pasará a nosotros?―preguntó la chica, forzando su voz a no temblar. Giselle nunca decía malas palabras, pero en ese momento deseó tener las fuerzas de soltar una sarta de groserías por su mala suerte de haber salido de ese pub sola.

―No deberías preocuparte tanto, a lo mejor les sacan unos billetes a tus padres y ya te dejarán marchar.―Klaus notó que la chica se aferraba con fiereza a su celular. Parecía que acababa de llamar a sus propios padres. No había necesidad de un abogado, puesto que solo servía como testigo y la única falta que había cometido era entrar a un club con un dni falso.

La pelirroja se quedó mirando al suelo unos segundos, sorbiendo su nariz enrojecida por el llanto y el frío.

―Ese hombre...―su voz se fue apagando en un hilillo.

Momentos previos a su traslado a la comisaría, Klaus sabía que quedarse en el callejón solo le traería problemas. Lo único que podía hacer era hablar a los tipos de seguridad y que ellos se encargaran, por si había sido una riña entre pandillas. Cuando giró sobre sus talones, miró sobre su hombro para asegurarse que Larson lo siguiera. Aquel sujeto que lo sacaba de sus casillas con tan solo respirar. Sin embargo, notó que él le daba la espalda y estaba dirigiéndose hacia la chica temblorosa.

―Larson, vámonos de aquí.

Zieg le devolvió una mirada fría y señaló lo evidente. La chica palideció y parecía estar a punto de desvanecerse en plena calle. Había poca luz, estaba solitario. Sabía que no podían dejarla ahí a su suerte, pero aun así no podía impulsarse a tratar de rescatar a alguien cuando no podía ni salvarse a sí mismo.

―Tenemos que pedir ayuda.

Klaus lo fulminó con la mirada. No tenían idea de quiénes eran esas personas, hasta donde sabía, la gente que frecuentaba el Het no tenía halos de santos y solo iban a provocar problemas donde no encontraran la justicia. Desgraciadamente él y los demás prisioneros del barrio tenían que lidiar con las consecuencias.

―Haz lo que quieras, me largo.

Cuando giró sobre sus talones, se le desbocó el corazón al notar el conocido resplandor azul y rojo de una patrulla de Núremberg.

―Mierda.

Antes de que pudiera hacer algo, la polizei de Núremberg ya estaba en el callejón. Las luces de los faroles de la patrulla iluminaron con más claridad al cuerpo inerte que estaba frente a ellos. Una ambulancia se aproximó tras ellos y con una velocidad sorprendente colocaron una manta blanca sobre el desconocido.

A night in NurembergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora