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Cuando dio el mediodía, ya habían recorrido prácticamente media ciudad. Su última parada antes de proseguir con su itinerario, fue una visita que sobrepasaba su orgullo, pero eso era lo último que le importaba en sus circunstancias. El edificio del Nürnberger Zeitung la recibió con una sensación de que no era bienvenida a atravesar sus puertas. Era uno de los diarios más famosos y prestigiosos de la ciudad. El dueño, Benno Schafer, fue buen amigo de la familia cuando ésta apenas y tenía un poco de renombre; sin embargo, en los últimos días no solo se había transformado en un desconocido, sino también en un enemigo. Y Franceska buscaría una solución a toda costa.

―Frau Rousseau, me temo que no...―fueron las palabras de la recepcionista.

Se trataba de una mujer a finales de sus cuarenta, con un permanente exagerado que los primeros días de sus visitas había sido particularmente amable. Después, por órdenes de sus superiores, le había dado largas para evitar audiencias. Franceska la rodeó, e hizo caso omiso de sus intentos de frenarla.

Pasó de largo a un guardia de seguridad, que con tan solo una mirada suya se apartó y con suma gracilidad, presionó el botón del ascensor que la llevaría al octavo piso, en donde sabía que Schafer tomaba su té mientras revisaba las planas impresas de esa misma mañana. Lo había atrapado todos los días en la misma rutina por las pasadas dos semanas y él seguía sorprendiéndose cada vez que la veía entrar a su oficina sin avisar.

―¡Franny!―exclamó, atragantándose con una de las galletas con las que acompañaba su té―. ¿Qué puedo hacer por ti, cariño? Le dije a la secretaria que te contactara si podíamos hacer algo por lo de...Alaric.―hizo un gesto para que se sentara y le acompañara a tomar el té.

Franceska permaneció de pie en el centro de la oficina. Ese día vestía como lo que era: la mano derecha que hacía funcionar los engranajes de Rousseau Pharma. La prensa había hecho sus mejores esfuerzos para capturarla descompuesta, insomne, con el semblante perdido. Pero olvidaban que ella era fuerte como un roble y que una vez que tocaba fondo, no tardaría en levantarse.

―Iré al grano.―le respondió.

―Bien―le sonrió, acentuando sus arrugas que se extendían por su rostro sexagenario―. Así facilitas el trabajo de periodismo que hacemos aquí.

Franceska le dedicó una sonrisa fría.

―Yo sé que en este mundo en el que vivimos no puedo exigirte que publiques la verdad, pero esperaba que por la amistad que tenemos, no hagas caso omiso a la petición que estoy a punto de hacerte―rebuscó en su bolso de diseñador y extendió uno de los diarios de esa mañana, en donde claramente aparecía una fotografía de su cuñado, quien aún se refugiaba en un hotel para que la prensa no molestara a su esposa ni a sus recién nacidos―. Antes de que te niegues, sé lo que se ha impreso en estas oficinas. Leo tus publicaciones, por muy adornadas que éstas puedan ser. Al fin y al cabo han hecho buen uso de ese recurso cuando hacemos beneficencia.

Benno Schafer enarcó una ceja, revelando una incipiente catarata en su ojo derecho, recubierto por la piel caída de su párpado arrugado. El hombre se relamió la boca seca de manera burlona y entrelazó sus manos en el regazo gordo donde aún tenía su diario y migajas de su postre.

―Si quieres una disculpa, no la encontrarás aquí. Justo es por todos esos años de amistad con ustedes que tengo la gentileza de aprobar los contenidos sobre tu preciosa familia, Franny, antes de que salgan a ser devorados por personas que no tendrían ni un poco de piedad.

―¿"Viuda Rousseau o Encubridora"?―leyó Franceska con un tono irónico―. Ambos sabemos que a lo único que le estás haciendo un favor es a tu propio bolsillo.

A night in NurembergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora