Lechuzas Mensajeras

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Bella Price era, en muchos sentidos, una muchacha diferente. Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año; y por otro, sentía que la vida ya no era tan mala con ella, al ponerle justo como vecino a su mejor amigo, el cual, era el chico que le gustaba desde hacía ya dos años.

Ellos hablaban cada que podían, aunque ni los Reynolds ni los Dursley los dejaban por mucho tiempo.

Pero, como ellos eran más inteligentes, juntos hacían los deberes del colegio, pero tenían que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche. Y, además, Bella Price era una bruja y, su mejor amigo, Harry Potter, era un mago.

Era casi medianoche y estaba recostada al alféizar de la ventana, de rodillas en la cama. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre el alféizar, había un libro grande, encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Bathilda Bagshot). Bella recorría la página con la punta de su pluma de su dedo, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para ayudar a Harry con su redacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV».

En la ventana frente a ella estaba Harry Potter, con la pluma deteniéndole en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Harry se subió las gafas redondas, mientras Bella acercó la linterna al libro y leyó:

En la Edad Media —susurró audiblemente Bella para que nadie más que Harry la oyera— los no magos (comúnmente denominados muggles) sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. —Hizo una pausa y continúo cuando Harry, con un asentimiento de cabeza, le hizo la seña para seguir—. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. —Otra pausa—. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. —Y otra pausa más—. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos.

Mientras Harry terminaba de escribir, Bella escuchaba de vez en cuando, porque si alguno de los Reynolds, al pasar hacia el baño, oía el susurro de Bella, lo más probable era que la encerraran bajo llave hasta el final del verano en la alacena de esa nueva casa, que había debajo de las escaleras.

La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, y la familia Reynolds, que vivía en el número 5 de Privet Drive, eran el motivo de que Bella y Harry no pudieran tener nunca vacaciones de verano. Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía Harry. Eran muggles. El señor Reynolds, la señora Carla y su hermanastra, Camila eran todo lo que Bella tenía. Y también eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval. En la casa de los Reynolds nunca se mencionaba a los difuntos padres de Bella, que habían sido brujos. Durante años, el señor Reynolds y su esposa habían albergado la esperanza de extirpar lo que Bella tenía de bruja, teniéndola bien sujeta. Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Bella había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Lo único que podían hacer los Reynolds aquellos días era guardar los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacaciones de verano. Lo bueno era que, como lo guardaban en su habitación, en un baúl, ella podía usarlos justo a altas horas de la noche.

Pero Harry Potter no había tenido la misma suerte. A él le guardaban todas sus cosas bajo llave en la alacena en la casa de los Dursley. Para Harry había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano, pero, afortunadamente, allí estaba Bella, para prestarle alguno de sus libros.

Bella Price y El Prisionero de Azkaban©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora