27.- 𝑷𝑬𝑹𝑫𝑶𝑵𝑨𝑴𝑬

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El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. JJ disfrutaba cuando las chimeneas estaban encendidas, odiaba tener que llevar la falda en esos tiempos.

—No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid a sus alumnos, que temblaban de frío, en la siguiente clase, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.

Sólo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matar se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. Desalentada, la clase observó las enormes cajas que Hagrid acababa de llevarles, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.

—Los meteremos dentro —explicó Hagrid—, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede.

Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados. Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No se asusten, no sé asusten!», mientras los escregutos se desmadraban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se había refugiado en la cabaña de Hagrid y se había atrincherado allí dentro. Algunos se habían quedado fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos consiguieron sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de numerosas quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.

—Bien, bien, bien... esto parece divertido.

Rita Skeeter estaba apoyada en la valla del jardín de Hagrid, contemplando el alboroto. Al final había pedido tener una entrevista con Hagrid, cosa que no pareció gustarle mucho a los cuatro amigos.



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—¡Corran, corran, corran! —exclamaba JJ a los gemelos, acababan de encerrar a un grupo de Ravenclaw's en un salón junto con bombas fétidas.

—¡Ya los vi!, ¡los voy a alcanzar! —escucharon a Filch, los habían descubierto.

Los tres corrían por los pasillos del castillo, de vez en cuando tomaban atajos rumbo a la sala común. Fred al dar la vuelta chocó con una armadura y cayo al suelo de bruces, George derrapó e intento ayudarlo pero también terminó en el suelo. JJ los vio de reojo y los hizo levitar sin dejar de correr.

—¡VENGAN ACÁ, ASQUEROSOS MOCOSOS! —gritó él conserje.

—¡JJ corre más rápido! —gritó George mientras daba una voltereta en el aire y manoteaba.

—JJ da vuelta en... ¡auch! —Fred chocó con una columna—. ¡Da vuelta en el siguiente pasillo!.

—¡Los alcanzare! —escucharon que gritó de lejos.

Cuando por fin habían llegado a la sala común JJ se adentró lo más rápido posible con Fred y George detrás de ella, aún levitando. Aventó a los gemelos para que cayeran en sillones diferentes.

—Eso estuvo cerca —murmuró Fred, estaba de cabeza, su corbata caía cubriendo su cara, su cabello despeinado, una de sus piernas estaba flexionada.

—Estuvo cansado —artículo George, su cara hundida en el sillón, su túnica se levanto cubriendo su cabeza y los brazos extendidos.

—Y eso que ustedes no corrieron —Kiara se dejó caer en el piso, su cabello se extendió en este.

𝐉𝐀𝐃𝐄 𝐘 𝐄𝐋 𝐂Á𝐋𝐈𝐙 𝐃𝐄 𝐅𝐔𝐄𝐆𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora