Capítulo 1

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"Y si el silencio nos consume, volvamos al sonido culpable por el pecado"


Pedí tanto el silencio que cuando lo tuve, grité desesperada buscando algo de ruido. La frase ¨quiero vivir¨, la convertí en un rezo tan fuerte que ahora que he visto el cielo, pido de rodillas una visita al infierno. Soñé tantas veces despierta con su voz rasgada, sus ojos negros y su cabello ondulado, pero aún así, aún describiéndolo con lujo y detalles, seguían creyendo que estaba loca.

Imaginen, ¿cómo no voy a estarlo?, si le rogué que me salvara la vida al hombre que me la estaba quitando. Porque no solo consumió lo que era, sino, que supo cómo volverlo cenizas.

Si tiempo atrás me hubiesen preguntado, ¿cuántas personas hacen falta para destruir al mundo?, a lo mejor hubiese respondido que cientos, pero hoy sé que con solo una es suficiente para hacerlo sucumbir. No necesitas ni siquiera manos, solo un sonido, uno que te haga dudar de tu cordura y con ello, ya estarás acabada...

Vine aquí por eso, por él, porque mi realidad y la del resto dejo de ser la misma. Los locos nunca reconocen su demencia y un cuerdo, jamás va a admitir una creciente locura. Entonces si el juego es así, ¿cómo vas diferenciarlos?

Al fin de cuentas, cuando entras a una institución mental no queda nadie esperando que salgas. Ven algo en ti roto, incapaz de volver a engranar con la vida perfecta, que a lo mejor tuviste un día. Ahora eres solo una pieza más inservible en el mundo.

—Lilith, levanta la cabeza —le oí decir a mi psiquiatra.

Pero es que tantas veces había dicho mi nombre entre aquellas cuatro paredes, que ya me era irrelevante. Fueron muchas las ocasiones en las que escuchó mi historia, sin creerse ni una palabra. Me medicó como consuelo por "contarle la verdad", que no por ser la que ella quería escuchar, le parecía una mentira.

—Uno, dos, tres...

—¿Por qué cuentas? —preguntó, con un tono un poco más fuerte de lo habitual.

—Cuatro, cinco, seis, siete...

—Ya está —habló de malas maneras—, si no vas a hablarme o verme tampoco verás a la persona que ha venido a visitarte hoy.

¿Visita? Yo ni siquiera recordaba el nombre de alguien más que no fuera el de la doctora Hill. Solo su rostro, impaciencia y gestos exuberantes era lo único que me habían acompañado durante todo ese año.

Las magulladuras en su cuello y cerca de las orejas que ella intentaba cubrir con maquillaje, pero que cada vez se le hacían más imposible, eran el único atractivo que me entretenía en su persona. Tal vez pensaba que yo no me daba ni cuenta, pero desde el primer día que le vi, supe su problema de violencia doméstica.

—Espera. —Levanté mi vista del suelo—. ¿Qué quieren de mí está vez?

—Yo no quiero nada, Lilith. —Ladeó la cabeza en un gesto que pudiera ser tierno y volvió a su lugar en la silla—. Sin embargo, creo que hablar con esa joven, va a hacerte mucho bien, aunque no estoy segura de que estés lista para ello aún.

—Por favor, déjeme hablarle —rogué—. Desde que entré aquí solo hemos sido tú y yo. Necesito saber que afuera hay alguien más que puede recordarme.

—Ay, Lilith —lamentó entre dientes y alarmó mis sentidos adormecidos—, ella es simplemente una periodista, viene a hacerte algunas preguntas.

—Ah —dejé salir en un acto inconsciente.

Si dijera que nada de eso me afectó, mentiría. Pensar que solo quedaba para ser la entrevistada de una periodista me partía el alma en dos. Tanta gente a mi lado mientras tenía la posibilidad de arreglar al mundo y ahora que lo he destrozado un poquito más, ni siquiera recuerdan lo mucho que intenté sacar lo mejor para el resto.

Deten el ruidoWhere stories live. Discover now