Vierundfünfzig

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  Me levanté, completamente iracunda, con la ayuda del hombre para mí desconocido que permanecía a nuestro lado. —Alain Dachs —dijo—. A sus servicios. —Asentí, reflejando la seriedad en un único gesto, en una simple mirada. Volví a quienes nos veían aún conmocionados. Mis amigos se llevaron el cuerpo sin vida de Morrison, dejándome a solas con Dachs y Samuel Rebel, el presentador de las carreras, frente a esa enorme multitud.

—Quiero representantes de toda banda, cartel, pandilla y quien sea que esté dispuesto a pelear. Nos reuniremos con el cuerpo policiaco que aún resiste, mañana a las mil doscientas horas. Quien no se presente, aquel sin un vocero, enciérrense en su casa si no quiere salir lastimado. —Una lágrima retardada logró escaparse sin alterar mi determinada y enfurecida expresión, la limpié mientras recobraba el valor de hablar frente a esa gente—. Si esta mierda quiere guerra, guerra le daremos.

—Iré —respondió Alain—, en nombre de mi banda.

—Yo igual, y llevaré conmigo a un representante de las carreras —agregó Samuel—. Tenemos mucho poder en las calles, podemos ayudar a «limpiar» la zona antes del ataque.

—De verdad lo aprecio. —Miré entonces hacia donde Lars y Jerry se habían marchado, sin poder quitarme la sensación penumbrosa del cuerpo—. Nos veremos mañana en la estación abandonada del subterráneo. Antes, tenemos que honrar a nuestro compañero.

—Los harás morder el polvo —dijo Rebel, mientras posaba una mano sobre mi hombro, intentando sonar alentador—. Como siempre lo has hecho.

—No siempre —me atreví a responder. Y la sonrisa del sujeto en cuestión reveló su ternura—. Conserva el traje de Némesis, no puedo tenerlo sabiendo que murió por mi culpa.

—Puedo apostar a que fue por la de ellos, no tuya —agregó Dachs, serio. Se notaba por demás ofendido e irritado por lo que había ocurrido esa noche.

—Eso quiero creer.

  Seguimos allí hasta que la multitud entera se fue dispersando, no sin antes mencionar la ubicación de la junta a los anteriormente solicitados representantes que se nos acercaban repletos de interés, algunos incluso decididos y, la mayoría, con una visible lealtad hacia el rostro bajo ese viejo pasa-montañas. Me volví a poner la camiseta holgada luego de un rato, no sin antes quitarme la placa del pecho. Se sentía pesada, quemaba, aún cuando no fuese más que una cualquiera. La mía, la que porté por tantos años, seguía en el cajón donde mi madre la puso al creerme sin vida.

  Luego de que las luces regresasen a la ciudad, esta volvió a sumirse en su ya habitual caos. La noche entera pasó y los primeros rayos del sol nos hallaron aún despiertos, velando con honores militares al valiente hombre que dio por mí la vida, que murió apostando a la paz de una ciudad que no era la suya. Lars no pegaría un ojo en toda la noche, por mucho que intentara convencerlo de descansar un poco, con lo descarado que sonaba viniendo de mí pedirle a alguien descansar. Finalmente, de manera ya más oficial, se dio entre nosotros el ansiado reconcilio, ansiado por nosotros mismos y Charlie, que ponía toda su fe sobre nosotros como un equipo. Me quedé la noche entera abrazada a él, recostados los dos a pesar de no poder dormir, y luego no me iría a apartar de su lado al momento de realizar la ceremonia especial. Boseman, al igual que él, se hallaba destrozado. No podíamos saber con certeza lo cercana que resultó su relación durante nuestros años de ausencia, pero más que evidente resultaba el hecho de que hubiesen hallado, uno en el otro, el apoyo de una verdadera amistad. Viendo cómo lo enterraban me di cuenta lo poco que sabía sobre sus vidas. El pasado de los dos, la manera en que los afectó sabernos lejos cuando la seguridad se volvía polvo, y si es que en el fondo nos odiaban por haberlos involucrado en semejante salvajada. O si, como yo, se planteaban la posibilidad de haber formado parte de igual modo, a pesar de habérselos evitado en su debida instancia. Con Charlie se volvía complicado imaginarlo de otro modo, teniendo en cuenta que el propio Jean-Luc fue quien lo implicó. Pero quién sabría la posibilidad de seguir hoy Rodney con vida si es que evitábamos hacer tantas cosas de la forma en que las hicimos.

Rachespiel ©Where stories live. Discover now